Tina

No recuerdo cuando fue la primera vez que la vi. Sólo sé que al verla supe que la iba a querer toda mi vida. Yo tenía 5 años, ella un año y medio mayor. Vivía a una distancia enorme de mi casa, o al menos así parecía, o era la emoción de que pronto la vería, lo que hacía el viaje tan largo, aunque después supe que no era más de una hora y media. Todo el tiempo pedía a mi abuela que me llevaran a verla, y a veces cuando su mamá, mi tía, iba a visitarnos, me las arreglaba para que me dejaran regresarme con ellas, sobre todo en los periodos de vacaciones.

Cuando llegaba a su casa, y una vez que mi gran emoción se apaciguaba, corría a buscar esa falda larga roja que a ella no le gustaba, y que a mí me fascinaba, y quería ponérmela todos los días mientras estaba en su casa. Yo le hablaba por teléfono para darle la noticia de que iría a verla y a veces, ella misma lo confesó, escondía la falda. lo que me decepcionaba mucho, aunque después de un rato largo que me hacía sufrir, finalmente sacaba la falda. Otra cosa que me hacía y que a veces me hacía pensar que no me quería, es que como yo tenía unos cachetes redonditos y rosados, me los apretaba con sus dos manos y jalándolos hacia arriba, me hacía que me levantara cuando estaba sentada. Ella decía que le encantaba hacerlo y a veces me hacía llorar.

El matrimonio de mis tíos era muy particular. Se casaron ya grandes, como de cincuenta años. Él era silencioso, muy serio y adusto, ella, cantarina, alegre, risueña y adorable. La consentida del tío Antulio era ella, Tina, y la consentida de la tía Olena era Lali. Entrando al departamento en el primer piso del edificio, estaba la sala, luego una gran recámara con un escritorio, un tocador con una luna muy hermosa, enfrente un ropero y al fondo, ocultas por una cortina, dos camas individuales, donde dormían Tina y mi tío, y cuando iba yo, dormía con Tina. Luego, el comedor con una ventana como no he vuelto a ver ninguna igual, que seguía el ascenso de las escaleras que llevaba al departamento de arriba. Siguiendo un pequeño pasillo estaba al frente el baño, con el depósito de agua muy arriba y una cadena para jalar. A mí me llamaba la atención ese baño, porque nunca había visto algo igual. A la derecha la cocina, con una zotehuela, una puerta que al abrirla se veía la escalera de caracol, es decir, una salida de emergencia y al lado, un cuarto de servicio A la izquierda, la recámara de la tía Olena y Lali y contigua otra recámara para visitas. Los tíos no hablaban mucho entre ellos, y estaba cada uno consagrado a la hija que habían elegido. Si alguna vez había una discusión entre ellos, era para defender a la una o a la otra.

Para el tío, aunque sé que me quería, no eran nada fáciles mis visitas, porque rompía la rutina de la casa. Cuando ya estaba todo obscuro, Tina y yo cuchicheábamos y nos reíamos, a veces a carcajadas, y nos tapábamos la cara con las almohadas; el tío de todos modos nos escuchaba y nos regañaba, protestando porque no lo dejábamos dormir, y eso nos daba más risa, inútil decir que no le hacía gracia.

La tía Olena cocinaba delicioso; recuerdo con nostalgia el sabor único de su arroz, o los bisteces donde después de cocinarlos, pasaba por el aceite sobrante unas tortillas que tenían un sabor que no he vuelto a probar nunca más. Los hijos y nietos de la portera jugaban y gritaban justo a la hora de la comida, que por cierto cuando veían a Lali empezaban a gritarle “moco veide, moco veide”; nunca he sabido por qué, y se me ocurre pensar que tal vez por el color de sus ojos verdes, aunque la verdad no sé de donde se me ocurrió esa idea, porque no tiene nada que ver, pero a pesar de eso, el ambiente en la mesa era tranquilo, excepto porque sólo un intercambio de miradas entre Tina y yo, y estallábamos en risas imposibles de detener. El tío Antulio muy molesto, nos ordenaba irnos a otra parte a la mitad de la comida y regresar cuando se nos quitara la risa. Nos íbamos aguantando para no reírnos hasta el baño y al cerrar la puerta, seguíamos riendo sin parar. ¿De qué?  ¡De nada! Cuando después de un rato lográbamos contenernos, regresábamos a la mesa, nos sentábamos y todo iba bien hasta que nos mirábamos de nuevo y estallaba la risa, y de nuevo al baño y de regreso. Sonrío al recordarlo. Yo creo que era de la emoción de querernos tanto. El tiempo pasó y nosotras igual, unidas, inseparables.

Cuando teníamos algo de dinero, comprábamos mazapanes y chocolates en la tienda de Don Cerezo, un español con boina, acento y todo. Teníamos terror en esas salidas de encontrarnos a un hombre desaseado que decían que estaba loco, y que nos pedía que abriéramos la boca, para vernos los dientes, pues parece que tenía esa obsesión; la abríamos de puro miedo, miraba atentamente las dentaduras, por suerte sin tocarlas y decía que estábamos muy bien. Nos daba pánico. Decían que él solo se había sacado los dientes con no sé qué herramienta.

Junto a la iglesia había una tiendita donde vendían bolsitas de pinole y cada que teníamos dinero, íbamos a comprar. Nos encantaba y para cuando volvíamos a la casa ya no teníamos nada. Pasábamos el tiempo hablando no sé de qué y nos gustaba ir a la azotea y ver la calle y el patio del edificio desde arriba.

Lali era tres años mayor que yo, pero desde los 13 años, ya se vestía como señorita y hasta novio tenía. Los domingos, nos mandaban de chaperonas porque su novio la invitaba a la matiné del Cine Ópera. Me embelesaban esas figuras inmensas de piedra de la entrada, y los cortinajes rojos, ¡me parecía tan hermoso… irreal! Adoraba ver esas películas divertidas, y lo mejor: la salida. Beto, el novio de Lali, nos compraba todas las golosinas que quisiéramos. ¡Era la fiesta!

El tío Antulio celaba a la tía Olena. Ella hablaba con los vecinos y eso a él le disgustaba. Algo que marcó mi vida fue que unos vecinos invitaron a la tía a unos quince años, y fuimos con ella Lali, Tina y yo. Tendría yo unos once años, y la tía con su carácter alegre, bailó algunas piezas con uno de los vecinos. Tina y yo no recuerdo cómo nos entreteníamos, Lali creo que también bailó, tal vez con Beto, y en fin que las cuatro la pasamos muy bien. Al llegar a la casa, todo estaba obscuro, y en la penumbra vi en el marco de la puerta hacia la recámara, una figura de un hombre que en la obscuridad parecía enorme, quien enojado, interpelaba a la tía; me costó un poco darme cuenta que se trataba del tío Antulio que reclamaba que la había visto bailando con el “mequetrefe del vecino” (había ido al lugar de la fiesta, donde había estado invitado, pero no le gustaba socializar, especialmente de noche, y por la ventana la vio); la figura en la sombra, la voz exaltada y el impacto de la situación, me hicieron gritar asustada. Al tiempo que la trifulca continuaba, las acusaciones y las aclaraciones, el gato de la casa se colgó de una de mis piernas y hacía descender sus uñas afiladas de arriba hacia abajo, una vez y otra, lo que me hacía gritar aún más, hasta que no sé cuál de las almas iluminadas de los presentes, encendió la luz y vieron que mi pierna sangraba. Eso me hizo tenerles fobia a los gatos durante toda mi vida. Lo curioso es que cuanto más los quería lejos, más insistían en estar cerca de mí y permití, después de muchísimo tiempo que se me acercara una gatita en casa de mi hija, porque yo dormía en la cama donde ella dormía y despertaba con ella en los pies, consciente de que la intrusa era yo.

Ya éramos unas adolescentes, yo tenía 13 años y no sé cómo Tina y su amiga Camila consiguieron el número de teléfono de un chico que se llamaba Pedro y al que nunca habían visto y yo menos. Camila y Tina hablaban con él desde la casa de Tina, y cuando yo estaba allá, hablaba primero una y luego la otra y al final me pasaban la llamada a mí.  Claro que llamábamos cuando no había peligro de ser descubiertas, Me emocionaba tanto el saber que iba a hablar con él que me ponía roja como tomate y me tranquilizaba pensar que él no me veía.  Recuerdo que la primera vez que hablamos no sabía qué decirle y le conté que al día siguiente me iban a operar de las amígdalas. Él se mostró muy comprensivo, pero me arrepentí de haberle contado eso, porque me pareció que era grotesco sacar ese tema, pero la verdad es que por más que me esforzara, no sabía qué decirle. Creo que eso nos pasaba a las tres.

Un día, Camila nos contó que ya sabía dónde vivía Pedro, era, claro, en la misma colonia, y se nos ocurrió hablarle del teléfono público de la tienda de enfrente de su casa. Fue mi turno de hablar con él y de pronto me dice: tú traes un vestido azul, ¿verdad? Volteé hacia una ventana de su casa, y vi a un chico saludando con la mano… colgué y les dije a Tina y a Camila: colgué y les dije: vámonos, ya nos descubrió. Corrimos como si nos viniera persiguiendo y llegamos a la casa extenuadas.

Camila era rara. Se reía cuando no había nada de qué reír, o así me lo parecía, pero Tina la quería mucho. Un día, estábamos Tina y yo en el balcón de la casa y vimos que en la acera de enfrente había un grupo de chicos, y Camila pasaba de un lado al otro de la calle enfrente de ellos, con la cabeza inclinada hacia abajo. Más tarde, Tina la llamó por teléfono y le dijo que nos había parecido raro que estuviera pasando frente a los chicos y le contestó que era porque alguien le había dicho que cuando una chica estaba menstruando y pasaba cerca de un chico, a él se le paraba, pero que comprobó que no era cierto. No recuerdo si nos reímos o si nos impresionamos. Casi seguro que nos reímos.

En casa de los tíos conocí a la tía Dominica que vivía en Veracruz. El tono de su piel, el “bilé” rojo que usaba y su pelo teñido de negro le daban un aspecto impactante. Reforzaba sus relatos poniendo la palma de su mano sobre la mesa, y los dedos hacia arriba, detalle que nos llamaba la atención, y apenas se iba, Lali la imitaba de cómo hablaba y el detalle de la mano, que le salía igualito, y nos hacía reír mucho. Un día, Dominica llegó con “una propuesta” para la familia, aunque al principio la disimuló. Su hija, que llevaba el mismo nombre que ella, vivía en Estados Unidos y requería la ayuda de una joven que quisiera ir a vivir allá, porque la hija y su marido salían muy temprano a trabajar, llevaban a los niños a la escuela, y en las tardes la joven elegida, tendría que cuidar a los niños; esa sería su única responsabilidad y tendría un sueldo y tiempo para aprender inglés, y de pronto, “súbitamente”, a la tía Dominica se le ocurrió que esa joven podría ser Lali. El tío Antulio se negó rotundamente cuando le hablaron del asunto, a la tía Olena, a pesar de que sabía que iba a sufrir si Lali se fuera, le pareció que sería una buena oportunidad y Lali, lo dudaba porque quería mucho a Beto, y yo pensé que qué difícil decisión porque, además, Beto me parecía guapísimo.

Lali se fue a vivir a Estados Unidos, y la tía Olena se alegraba cuando hablaban por teléfono, aunque las llamadas no eran muy frecuentes, porque en ese entonces eran excesivamente caras. Lali le contaba que todo iba muy bien por allá, y que ella estaba contenta.

Los tíos y Tina se fueron a vivir cerca de mi casa, donde vivían otras tías y primos, y yo estaba muy feliz porque Tina estaría más cerca, y podría verla siempre.

Andábamos siempre juntas, y hasta hacíamos que nos compraran los mismos vestidos, pero de diferente color.

A mis 13 años, iba a una escuela muy retirada de mi casa y me llevaba un vecino porque sus hijas estaban en la misma escuela, pero como estábamos en diferentes grupos, no teníamos mucho contacto. Un día a la hora del recreo, estaba con mis amigas, y con mucho orgullo saqué una foto de mi mochila y se las tendí diciéndoles que era mi novio. Con tan mala suerte, de que una de las vecinas pasó por donde estábamos y al ver la foto y escuchar que yo decía que era mi novio, se regocijó en decir que ese no era mi novio, que era el novio de mi prima Lali y que yo ni novio tenía… y todo era cierto. ¡Era una foto de Beto!  Y además no sé ni de dónde la conseguí, pero pasé una gran vergüenza de ser descubierta de forma tan “humillante”

Unos meses después, me gustó un chico que simplemente no me volteaba a ver. No era el más guapo, pero justamente ese, no me hacía caso, y me valí de su vecina para que le dijera que me gustaba… y funcionó. Nos hicimos novios en secreto, y nos veíamos en una calle no muy lejos de nuestras casas, y nos besábamos y platicábamos. Algunas veces nos veíamos en la parada del camión y nos íbamos a nuestras respectivas escuelas juntos. Él tenía 17 y se llamaba Rafa. No faltó quién le fuera con el chisme a mi mamá, y un día, después de nuestra cita, al regresar a la casa, ella me dijo que me metiera a mi recámara y que no saliera, y a él lo mandó llamar y no tuvo más remedio que ir. Yo escuché la conversación y se me heló el corazón: empezó por decirle que sabía que éramos novios, y que ella necesitaba saber cómo iba a mantenerme, él con voz temblorosa, porque aparte era súper tímido, le dijo que él no podía mantenerme, porque era un estudiante y no tenía dinero, y entonces mi mamá le respondió que en ese caso le prohibía que se me acercara… y él la obedeció.

Esa fue mi primera pena de amor, que duró dos meses, hasta que un día que salí más temprano, de regreso a casa me lo topé en la parada del camión. Hablamos mucho y hasta llanto hubo, llanto mío, claro, y lo convencí de que no deberíamos permitir que nos separaran, y seguimos viéndonos. Al ver la situación en casa, me dejaban verlo en el jardín donde había una reja no muy alta que nos separaba, y por lo menos podíamos platicar, Otra tía, hermana de mi madre, vivía en la acera de enfrente, y casi siempre inspeccionaba desde su ventana la visita del novio de su sobrina, que era yo. Ahora siento mucha pena por la tía, porque imagino lo aburrida y vacía que fue su vida como para estar espiándonos. Y eso que tenía cinco hijos.

Tina había conocido a Fred, y empezaron una relación. Él era diferente de los chicos que conocíamos, más liberal, simpático y se sabía la letra de todas las canciones de los Beatles, y de los artistas ingleses y gringos del momento; además yo lo encontraba atractivo, y a mí me gustaba. Eso, sin embargo, no quería decir que yo haría algo para entrometerme en la relación de Tina, y no se lo dije ni a él, ni a ella, ni a nadie.

Mi relación con Rafa llegó a su fin, cambié de escuela y empecé a tratar a chicos más afines a mí, y de pronto todo ese sentimiento que tenía por él se fue desvaneciendo. Tenía 16 años.

Mi tío, el papá de Tina se enfermó y luego de una enfermedad muy dolorosa, falleció. Poco después, me llamó Fred por teléfono y me dijo que quería hablar conmigo y nos vimos en una cafetería. Me dijo que no sabía qué hacer, porque se había enamorado de una chica que vivía cerca de su casa, y que no se animaba a decirle a Tina porque acababa de perder a su papá, a quien adoraba, y que no quería darle un doble dolor, y que qué pensaba yo. A mis 16 años, y los 18 años de él, le dije que me parecía que debía hablar con ella y decirle la verdad, porque era peor que la estuviera engañando. Que no tenía caso que el tiempo pasara y que la relación fuera una mentira, a pesar de que mi tío había fallecido. Le dije también que ella estaba sufriendo en ese momento por su papá, y que cuando se fuera recuperando él le iba a dar un nuevo motivo de dolor, Él siguió mi consejo.

La vi sufrir por esas dos pérdidas, pero no le hablé de mi conversación con Fred.

Pasó algún tiempo, y ella me contó que estaba tomando unas pastillas, pero no le di mucha importancia. Ella vivía en una casa enfrente de la de mi abuela donde yo vivía, y que pertenecía a una de las hermanas de mi abuela, situada junto a la casa de la tía espía, Un día la vi en la puerta y me hacía señas de que me acercara.  Fui hacia ella y la noté rara; estaba drogada. La cuestioné y con una sonrisita me enseñó las pastillas que se estaba tomando, la hice que entráramos a la casa y las tiré al excusado. Ella se quedó muy sorprendida, pero no dijo nada, y le dije que era la mejor manera de terminar con esa historia.

El viaje de Lali a Estados Unidos, fue un engaño; le pagaban una bicoca por encargarse del aseo cotidiano completo de la casa: barrer, trapear, hacer camas, lavar los baños y la cocina, etc., y claro, cuidar a los niños en las tardes, lo que no le daba tiempo de estudiar nada. Sufría la ausencia de su familia y se cansaba mucho de realizar tareas que antes rara vez hacía en su casa.  No quiso decir nada para no preocupar a sus padres, pero luego de un tiempo de estar allá, conoció a un chico y pronto se casó con él. Mi tía Olena se fue a vivir a Estados Unidos para ayudar a Lali en el manejo de su casa y cuidar a sus hijos.

Ya estábamos en nuestros veintes y estaba a unos cuantos días de casarme. Días antes de la boda, Tina me dijo “no te cases, por favor” y yo todavía recuerdo que en el colmo de la estupidez le contesté: ¿y qué hago con los regalos que hemos recibido? Al recordar esta frase hueca, confirmo lo que siempre supe. En el fondo, yo sabía que no debía casarme con él. pero tenía 21 años de los de antes, y era muy insegura, porque hoy en día las chicas desde mucho más jóvenes saben qué quieren y que no quieren.

Aunque yo nunca encontré nada extraño en Tina, la familia decidió que debido a que presentaba algunos problemas, que tendría que consultar a un psiquiatra que atendía en su casa en Polanco, y quien había sido amigo de la familia desde mucho tiempo atrás, aunque yo jamás oí que alguien pronunciara su nombre. Estando la mamá de Tina en Estados Unidos, la familia organizó la cita con el psiquiatra, y como las citas eran a las 8 de la noche, mi marido en ese entonces y yo la acompañábamos. Era una casa muy grande, con muebles finos, lúgubre, de esos lugares donde no podía una sentirse cómodo. Daban escalofríos estar ahí dentro. El doctor, un tipo muy raro, no hablaba ni saludaba. Ella entraba al consultorio, el doctor salía después de inyectarla, creo recordar que era pentotal, y luego subía a las habitaciones del piso superior y ya no se le veía más, así que había que esperar cerca de hora y media para que ella despertara. Al principio, mi ex marido nos llevaba y se quedaba conmigo esperando que ella saliera del consultorio, algo amodorrada, pero pronto él se fastidió y nos llevaba, pero me dejaba sola y regresaba después por nosotras. Yo la esperaba en una sala, desde donde se veía la cocina, y al lado, un pasillo oscuro con puertas de los dos lados, una tras otra. Una de tantas noches, empecé a oír unos lamentos que sobrecogían el alma, y luego otras voces emitiendo los mismos sonidos. No había sucedido antes, pero esa noche supe que detrás de esas puertas, había pacientes “internados” y sentí un inmenso terror al Imaginar que una de esas personas podría escaparse. ¡Pensé que podrían matarme!

No puedo recordar durante cuánto tiempo fuimos, pero fue una experiencia horrible. Tina fue víctima, ahora lo pienso, de la ignorancia de quienes la enviaron con ese médico obscuro e ineficiente.

Pasado algún tiempo, Tina se enamoró de Mario, un primo nuestro, y que además era varios años menor que ella, lo que provocó que la familia la juzgara, pero ellos siguieron con su relación.

La familia decidió que, para separarlos, ella debía irse a Estados Unidos con Lali, y organizaron su viaje. Por su parte Mario, pocos días después, se fugó yse fue de aventón hasta la casa de Lali en Washington, sorprendiendo a Lali y mucho  más a Tina, porque ella no sabía nada de su relación. Fue toda una proeza, siendo él tan joven, pero terminó en que Lali, al sorprenderlos besándose, lo hizo que se regresara a México.

Tina, meses después ya estaba de regreso, y como era señalada por toda nuestra particular familia, le pedí que se fuera a vivir conmigo, con lo que tuvo la libertad de seguir viendo a Mario, que para ella, era vital. Ya entonces mi relación con mi marido estaba muy deteriorada, porque nunca cumplió ninguna de las funciones normales que se esperan de un marido. Tina y yo lo molestábamos hablando en inglés en su presencia, porque él no entendía ni una palabra, y se ponía muy enojado. Un día Tina me preguntó que por qué no lo dejaba, y de nuevo, recuerdo esa frase con la que le contesté en esa ocasión: no quiero que mis hijos pasen lo que yo pasé al ser hija de divorciados. Y ella añadió: recuerda que sólo se vive una vez.  En ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo con la mía. Él, aunque no se había hecho merecedor de nada en esa casa, corrió a Tina y ella regresó a vivir a la misma casa de la misma tía, Yo inicié los trámites del divorcio, y una vez dictada la sentencia, me fui a vivir con mis dos hijos, que estaban muy pequeñitos, a casa de mi abuela, en lo que me reorganizaba y quedamos como antes, Tina y yo, cada una en la casa de enfrente y por primera vez en mi vida me sentí libre, Tenía ganas de fiesta, de diversión y empecé a salir con chicos, especialmente uno. Era cantante y era sádico, porque entre más lo amaba, más me hacía sufrir. Experiencia nueva e insoportable para mí,

Tina estaba muy triste, porque con el paso del tiempo, Mario empezó a distanciarse y al sentirlo, ella tomó una decisión. Para entonces yo tenía 25 años y un día al regresar del trabajo vi que ella me estaba esperando. Me bajé del coche y ella me dijo muy seria; estoy embarazada. Yo me quedé boquiabierta, y le pregunté que de cuánto tiempo y me contestó: media hora.  Pensé que era una broma, pero, así como lo planeó, resultó. Pensó que como su amor se distanciaba cada vez más de ella, había decidido tener un hijo, para tener para siempre algo de él… así de profundamente lo amaba.

Se fue a vivir sola, lejos de la familia y yo también. Renté un departamento y me fui a vivir con mis hijos, enfrentándome a la vida sin apoyo de ninguna clase, como casi siempre. Los fines de semana, como mis hijos los pasaban con su padre, yo me iba a pasarlos con ella. No quería salir a la calle, así que sólo íbamos al súper, a comer cerca de su casa, o cocinábamos y nos quedábamos, como ella quería, en su casa y así, una a la otra nos dábamos ánimos, porque para mí era muy difícil no tener una pareja, tener una economía limitada y la responsabilidad ante esos dos pequeños a quienes adoraba., Tina iba a trabajar porque no tenía otra opción, y un día me dijo que cuando se despertaba su primer pensamiento era que pasara rápido el día para que la noche llegara y se durmiera. Ahora pienso que estaba deprimida, y yo hacía lo posible para mitigar, aunque fuera un poco, su dolor, acompañándola. Tina no vivió muy bien su embarazo, pero al mismo tiempo deseaba con todas sus fuerzas, abrazar a su bebé.

El bebé nació, y fue muy emocionante. Yo fui la madrina. Seguía visitándola los fines de semana, y como le daba miedo cortarle las uñas, lo hacía yo que ya tenía a mis dos hijos, y pude orientarla con el cuidado del recién llegado.

Empezó, ya con su hijo, una mejor etapa para ella.

Tina vivía sola con Gus, su hijo, y yo seguía yendo a verla los fines de semana. Yo pasaba por momentos muy difíciles, sentía que el mundo se me caía encima, y me sentía agobiada con tantas responsabilidades a mis 26 años, y comprendí que necesitaba ayuda. Vi a algunos psicólogos con resultados verdaderamente desastrosos, mala suerte, me dijeron algunas amigas, y entonces vi a un psiquiatra. La primera cita, hice intentos para decirle qué me pasaba, y a las dos o tres palabras, rompí en llanto, y así se pasaron los 45 minutos. Me dio unas pastillas y me dio una cita para que fuera la siguiente semana. Me tomé las pastillas tal como me dijo, y a la siguiente cita llegué más animada y más arreglada y pude comunicarme con él, hablar de lo que me preocupaba.  Me dio cita para la siguiente semana, pero cuando llegué él no estaba, que había tenido que atender una emergencia y dejó a un colega a cargo de su consulta. Ese nuevo doctor me hizo algunas preguntas, consultó mi expediente  y terminó diciendo que él no veía ninguna razón para que yo consultara a un especialista en psiquiatría. Cuando iba saliendo del edificio, me topé con el psiquiatra que me había atendido en las dos ocasiones anteriores, y me dijo que se había dado prisa en regresar porque tenía que hablar conmigo.   

Me condujo a un consultorio y sin más me soltó que se había enamorado de mí. Nunca me había sentido tan ofendida, porque en él estaba poniendo mi confianza para poder salir adelante de mis problemas, y él me estaba traicionando y traicionando su profesión y todo eso se lo dije, me fui y nunca volví.

Llegué a casa de Tina uno o dos días después de que se me habían acabado las pastillas, y le pedí que me acompañara a ver a un primo nuestro que era médico, para pedirle que me diera una receta y comprar más pastillas, y le mostré cómo me temblaban las manos por la falta del medicamento. Ella me dijo que sí iría conmigo, pero que antes entrara a su casa. Al entrar cerró la puerta con llave y se las guardó y me dijo que yo no saldría de su casa hasta pasar ese episodio de ansiedad, porque evidentemente ya era adicta al medicamento. Y me pasé sábado y domingo en su casa. Recuerdo que sentía mucho frío y ella me tapó con unas cobijas, y gracias a ella no lo pasé tan mal. Después relacioné esta experiencia con aquella cuando le tiré sus pastillas al excusado, pero yo no la cuidé tanto, porque vivíamos yo con mi abuela, y ella con la tía.

Se cobijó en la familia para que mientras trabajaba cuidaran de su bebé, así que rentó un departamento en la misma colonia de donde nos íbamos y regresábamos y donde vivía la mayoría de la familia. Para evitarse problemas, Inventó que había tenido una relación con un colombiano que era el padre de su hijo, quien regresó a su país y que ya no estaba en contacto con él, y la mentira fue acogida con beneplácito por la familia, porque eso probaba que el hijo no era de Mario, lo que garantizó la aceptación, por parte de todos, de su hijo. Mario, que desde antes del embarazo de Tina sólo iba a verla de vez en cuando, al estar Tina viviendo más cerca el uno del otro, empezó a ir con más frecuencia a su casa, lo que provocó el enojo de sus padres, con quienes él aún vivía y quienes desbordaron aún más su odio hacia Tina.  El resultado fue que ante la negativa de él de no dejar de verla, lo corrieron de la casa.  Entonces, fácil,  se fue a vivir con ella. Recuerdo que me dijo que cuando lo corrieron de su casa y se fue a vivir con Tina, descubrió que era maravilloso vivir con ella, y que si lo hubiera sabido, se hubiera ido antes.

Tres años después, Tina y Mario se casaron y él aprovechó para registrar al hijo de ambos. Estaban los dos muy felices, y Gus, que tendría ya unos siete años también estaba muy contento. Yo estaba feliz de ver que el sueño de Tina se hacía realidad.

Decidieron irse a vivir a otra ciudad. Me pareció un acto de valentía, porque no tenían mucho dinero, ni conocían a nadie, ni ninguno de los dos tenía un trabajo. Mario tenía un don para hacer negocios y pronto ya estaba como pez en el agua, haciendo crecer la empresa que había creado, convirtiéndose en un comerciante exitoso.

Yo iba con frecuencia a verlos, cada mes o cada dos meses, y me quedaba con ellos un par de días, y cada vez me sorprendían más los logros de Mario. Cuando Gus tenía 10 años, Tina se embarazó. Fue una sorpresa y una emoción muy grande.

La tía Olena viajaba de México a Estados Unidos durante muchos años, y cada vez que se despedía de la familia en México, decía que era la última vez que nos veríamos, declaraciones que eran acompañadas con una tormenta de lágrimas y lo mismo pasaba de Estados Unidos, con familia y amistades que fue cosechando con el tiempo. Y es que esa era una característica de Olena, era tan sensible y emocional, que lloraba en nacimientos, cumpleaños, navidades y no se diga en velorios.

Tina y Mario vivían en un departamento muy bonito, y me tocó llevar a la tía Olena en tren. Era tan, pero tan bonita y risueña, que al ir a cenar al restaurant, nos cruzábamos con gente y todos me decían que qué señora tan bonita. Tenía los ojos de color cambiante, a veces verdes, a veces lilas, a veces café clarito, pero siempre pispiretos. Ese sí fue su último viaje.

En una de mis visitas, ellos me sorprendieron con que estaban construyendo una casa. Fui a verla en obra negra, y así, como la vi, era hermosa.

Su segundo bebé nació, con poco peso, delicado y tuvo que quedarse por meses en el hospital. Los médicos eran incapaces de pronunciarse cuando preguntaban si sobreviviría, pero poco a poco se fue fortaleciendo hasta el día que pudieron llevarlo a casa, y cuando fui, me dijeron que pasara muy lentamente por la cunita, porque cualquier corriente de aire por pequeña que fuera, podría tener consecuencias lamentables. Tanto Tina como Mario, dieron todo para que su bebé viviera.

La casa era señorial. Llena de detalles, muebles muy finos, decoración, modernidad, comodidad. La hicieron a su gusto, y no podían estar más felices.

Ella era muy rencorosa, al grado de que nunca quiso ir a ver a una prima, que, estando cercana a la muerte, pedía que le dijeran que fuera a despedirse, pero ella nunca quiso ir, a pesar de, en particular, mi insistencia. Esos detalles de ella no los pude comprender nunca, porque fuera de eso, era muy solidaria conmigo.

Alex, el pequeño, era un niño muy avispado, simpático y le encantaba el fut, aparte de que sobresalía en ese deporte. y era muy bueno para el.

Gus, que a sus ocho años hizo su primer trabajo ilustrado y con textos con un tema poco usual en niños, porque tenía un contenido social, fue a ofrecerlo a una librería. Tina y yo nos reímos de su arrojo al haber intentado eso, pensando él que era la forma de vender su libro, nos dio una lección de qué estaba hecho,

Gus estaba terminando la secundaria y Tina y Mario le organizaron una fiesta e invitaron a mi entrañable amiga Cheya. Fue una fiesta con pocos invitados, y pasamos una tarde hermosa.

Poco tiempo después de esa visita, Tina llamó a Cheya y en ese momento yo estaba en casa de esa que fue siempre mi más entrañable amiga. Cuando colgó me contó que Tina le había pedido que por favor les hiciera un préstamo de una importante suma, y que lo devolverían en un mes, debido a que era un pequeño problema en la empresa.  Cheya me comentó que era cierto que su casa y su estilo de vida, como ella lo había presenciado, demostraba que tenían una buena posición financiera, pero que yo le dijera si les prestaba ese dinero o no. Yo le pedí que no me cargara esa gran responsabilidad, y terminé diciendo que sí se los prestara.

Ellos habían conseguido con anterioridad un préstamo personal de una viuda amiga de Tina. Esta señora los acosó sin tregua para que le pagaran, y de tanto estar friega y friega le pagaron, pero quedaron pendientes los intereses. Ya muy cansada Tina de las constantes llamadas para que pagaran los intereses, y a pesar de que a esa señora la adoraba, me pidió que le hablara, porque ella no se atrevía y le dijera que si no dejaba de acosarlos, iba a llamar a los hijos del difunto marido de esta señora, hijos que no eran de ella, y les contaría cómo ella había comprado al notario para que modificara el testamento del extinto marido, y que ella quedara mejor protegida, en contra de la voluntad del finado.  realidad nunca me había simpatizado. Resta decir que me sentí feliz de realizar esa encomienda.

Consideré que como Cheya no iba a cobrar los intereses, que ellos pagarían seguramente el capital.

Tina seguía en contacto con Fred, su primer novio, y me dijo que él estaba soltero igual que yo y que tal vez nos podríamos hacer compañía, así que nos pusimos en contacto y empezamos a salir. Julia, mi hija, tenía doce años, y él nos invitaba a cenar frecuentemente y me sentía contenta de salir con él; hablábamos de nuestros días de antaño, de cómo nos divertíamos, de personas que conocimos. Un día, se me ocurrió comentarle que cuando éramos adolescentes, y que él andaba con Tina, a mí él me gustaba. Esa flamante relación no terminó muy bien, porque mi hija me contó que de pronto se le aparecía a la salida de la escuela, que insistía en llevarla a comprarle ropa, pero que no fuera yo, y me enteré de buena fuente que él había andado con una señora que tenía una hija de la que había abusado, luego esta pobre mujer falleció y él convirtió a esta niña de la misma edad que mi hija, en su amante, ya que el padre había desaparecido tiempo atrás.

Cheya de vez en cuando me preguntaba si tenía noticias de mis primos, y con mucha pena le decía que no. Yo llamaba a Tina y muy apenada me decía que no habían reunido el dinero. Le pedí que mandaran algo, pero nunca mandaban nada.

Fue el aniversario de la empresa de Mario, donde a sus empleados los había hecho socio, y para la celebración se llevó a todos con sus familias a la playa con todos los gastos pagados. Tina y Mario tenían unos amigos cercanos, un matrimonio con dos hijos. Él, Eduardo, era un hombre muy culto, muy educado y de buena familia, ella, Amalia, era ignorante, mal educada, ignorante, y no de buena familia. A él le descubrieron un tumor cerebral, que terminó con sus fuerzas y le impedía trabajar, y Tina, insistió para que Mario contratara a Amalia, y esta nueva empleada y amiga fue a ese viaje. Tina me contó que había encontrado a Amalia muy distante en esa ocasión y que notó que no le quitaba la vista de encima a Mario.

Como Alex frecuentemente requería material para la escuela, Mario había hecho arreglos para que de la papelería le dieran a Tina lo que necesitaba para su hijo, y luego la empresa cubría esos gastos cada mes. Pasaron algunos meses, Amalia se estaba haciendo cargo de la contabilidad del negocio, sin tener la más mínima idea de qué se trataba el trabajo, y cuando Tina fue a la papelería porque requería algunas cosas para Alex, le dieron la noticia de que ya no tenía el crédito abierto. ¡La señora Amalia, había dado esa orden!

Tina habló con Mario, y él le explicó que seguían atravesando por algunos problemas en la empresa y que a eso se debía esa decisión, pero quedó muy claro que él no tenía idea de lo que había sucedido.

La empresa se fue desmoronando poco a poco, la “contadora” cuando le preguntaba Mario que cuál era el saldo de la cuenta ella llamaba al banco, sin tomar en cuenta los cheques no cobrados, ni otros movimientos, y esa era la suma que reportaba, lo que provocó un caos.

Había algunos trámites para el funcionamiento de la empresa que sólo podían efectuarse en la Ciudad de México, y Mario me daba una comisión por ocuparme de eso. En una de tantas ocasiones, me presenté en esa oficina y uno de los empleados me comentó que el licenciado, el dueño de la empresa, había ido una semana antes con su esposa. Yo sabía que no era Tina porque siempre estábamos en contacto, y nunca hubiera ido sin avisarme, y poco antes había hablado con ella, y así, y por otros detalles que me contaba Tina, descubrí que Amalia y Mario eran amantes.

Miles de veces he escuchado que si te enteras de que un hombre está engañando a su mujer o viceversa, que debes callarte. Yo no estoy de acuerdo, aunque una tarde, al salir de mi trabajo, en el alto, vi en el coche de al lado al esposo de una prima con quien casi no tenía contacto. Iba con una mujer y se estaban besando. Cuando él me vio quería que se lo tragara la tierra, pero yo nunca dije nada. En el caso de Tina, yo no quería que estuviera sufriendo por algo que no entendía, porque Mario evidentemente había cambiado con ella, y yo no me iba a callar.

La madrugada en que ese amigo que tanto quería Tina falleció, el hijo la llamó para darle la noticia de que su papá acababa de fallecer, y que su mamá no había llegado. Tina me llamó muy inquieta. Se preguntaba si estarían juntos, porque no quería aceptar que ellos tuvieran una relación. Yo le dije que era muy fácil: que le pidiera al muchacho que le avisara a la hora que llegara su mamá y que, si Mario llegaba 10 minutos después, entonces sería obvio que estaban juntos. Al día siguiente me llamó para decirme que él se ofendió de que lo acusara de que estaba con esa mujer, que había estado con sus amigos jugando dominó, y le marcó a uno de sus amigos pasándole a ella la bocina para que corrobora lo que él le había dicho, y ella colgó el teléfono, convencida de que su marido le decía la verdad. Ella quería creerle, para no desmoronarse.

Los negocios iban empeorando, tenían múltiples acreedores, y decidieron regresar a la capital. A pesar de la situación que los llevó a regresar, yo estaba feliz de que iban a estar conmigo. Llegaron los tres: Tina, Gus y Alex a mi casa, con sus dos gatos, que no me incomodaron porque los pobres sólo se quedaban en la recámara, desconcertados del cambio. Mario decidió hospedarse en casa de su madre, donde Tina no era bienvenida; incluso, en una ocasión anterior, llevó a Alex a la casa familiar, cuando estaba pequeño de unos 5 años, y la madre de Mario, la tía espía, sin voltear a ver al niño, le dijo: saca a este niño de aquí. Y es que era una señora muy moral…

Una noche, Tina y yo estábamos con las luces apagadas, los chicos dormían, y ella me habló de su angustia de perder a Mario y la interrogante de que qué iba a hacer ella para sacar adelante a sus hijos, porque después de tantos años de no trabajar, quién le iba a dar trabajo, que dónde iba a vivir, porque Mario seguía con Amalia.  La madre de Mario que odiaba a Tina, y que era muy rígida para juzgar, no permitía que Tina entrara a su casa, aunque era la legítima esposa de su hijo, pero aceptó en su mesa a Amalia, la amante. Sí, era muy moral… Esa noche le dije que no se preocupara, que podía vivir siempre en mi casa, que mis hijos ya eran independientes, y que yo podía con mi trabajo, hacer frente a los gastos de la casa y se lo dije de corazón.

Mi jefe me había dado una buena cantidad de dinero con el encargo de que fuera al súper y comprara todo lo que me alcanzaba de no perecederos para enviarlos a una ciudad del sureste devastada por una tormenta, y donde la gente estaba aislada y sin víveres. Fui y pude comprar muchas cosas, y terminadas las compras fui a la Cruz Roja y en la fila de autos esperaba mi turno para entregar los víveres. Un grupo de jóvenes voluntarios empezaron a sacar de la cajuela una caja y otra y otra y muchas con los víveres y al terminar, para mi sorpresa, rodearon el coche y empezaron a aplaudirme. El impacto fue tan fuerte, que al retirarme, se me cayeron las lágrimas, sentí un mareo y me dolía la cabeza. Yo no había comprado nada de esas cosas con mi dinero, pero ellos no lo sabían.

Llegué a la casa en la tarde, sintiéndome muy mal, me puse mi pijama, mi bata y me acosté, pero el tiempo pasaba y yo no me componía. Fui a la cocina donde estaban Tina y los chicos, y le dije que no me sentía bien, y que tenía que ir a la clínica. Ella me preguntó que si quería que me acompañara y le dije que sí, pero no, ella no vino. Gus tenía 16 años, y ya sabía manejar y él me llevó. Llegué con bata y pantuflas y afortunadamente no había gente en la sala de recepción. Me ingresaron a un cubículo y me pusieron una cápsula sublingual. Era hipertensión.

 Escuché cuando Gus tocó la puerta luego de un largo rato y preguntó si estaba mejor y que cuánto tiempo más tardaría. Le dijeron que una hora. Luego de poco más de una hora, no lograban que me bajara la presión y él volvió a preguntar. Una media hora más, escuché que le decían.

Cuando por fin salí, la sala de espera estaba llena, y de pronto me encuentro delante de toda esa gente con piyama, bata, pantuflas, seguramente pelos parados, y busco con la mirada a Gus, y no estaba. Me sentí desvalida. Cómo iba a salir a buscar un taxi sin un peso, porque había dejado mi bolsa en el coche. Una enfermera me hizo el gran favor de prestarme el teléfono para hablar a mi casa. Tina contestó y le pregunté que dónde estaba Gus, me dijo que ya hacía mucho tiempo que se había ido a recogerme, de muy mal humor le dije que no tenía ni un centavo para tomar un taxi. Me fui caminando hacia la esquina, donde supuse que sería más fácil encontrar uno, y justo en la esquina, estaba Gus, recostado y con la música a todo lo que daba. Ya no le dije nada.

Antes de ir a la clínica, en medio de mi malestar, oía a los gatos maullar, y me imaginé que tenían hambre, así que le dije a Gus que se parara en un “Superama” que estaba abierto, y le pedí que comprara comida para los gatos.

Cuando llegamos, Tina estaba en la puerta, Algo le comenté y no recuerdo si me contestó. Me fui a acostar directamente, porque no me sentía bien aún, pero después de un rato, fui a la cocina a traer agua, y noté que Tina, Gus y Alex que ahí estaban, se callaron cuando yo entré, pero no le di importancia.

Al día siguiente, sábado, noté que algo realmente pasaba, porque ninguno de los tres me dirigió la palabra. Les pregunté que qué pasaba y Tina contestó en tono muy seco que nada. Esa noche los tres se durmieron en la recámara que tenía para las visitas. El domingo, lo mismo. Yo estaba muy confundida, y simplemente no entendía. El lunes me levanté temprano para irme a trabajar, salí de la casa, bajé las escaleras, y de pronto recordé que había olvidado algo. Regresé y al entrar a mi recámara donde estaba el teléfono, Tina de espaldas hablaba con Mario y le decía: “por favor sácame de aquí, ya no la soporto”. Volteó y al verme, se quedó muda porque se dio cuenta que la había escuchado.

Al día siguiente, cuando regresé del trabajo, ya habían sacado todas sus cosas.

Comprendí que ella había armado toda esa historia para obligar a Mario a que se responsabilizara poniéndoles una casa, en un intento por recuperarlo, porque mientras ellos estaban en mi casa, él estaba al cobijo de su madre que aceptaba a su amante, esa madre que se espantaba de todo y criticaba a todo mundo porque se sentía inmaculada.

Cuando regresaba a mi casa, encontraba cosas que según yo no las había dejado del modo en que las encontraba, y tenía la impresión de que alguien había estado allí. Entonces ponía más cuidado, pero entonces eran otros pequeños detalles, y una vecina me dijo que si ya no vivía en la casa mi sobrino, porque lo había visto salir del edificio. No puedo decir que él iba, pero tampoco puedo decir que no iba.

Como frecuentemente sonaba el teléfono y nadie contestaba, me compré un identificador de llamadas, para saber quién era el que estaba fastidiando todo el tiempo. Joel, mi hijo, me había ido a visitar, cuando entró la primera llamada sospechosa. Y aunque había otros “mudos”, apareció el número en el identificador y lo marqué. Sin decir nada le dije a mi hijo es Gus, y él me dijo, déjame hablar con él. Le dijo que por qué se comportaba de esa manera, y no recuerdo muy bien qué más, pero sí le habló fuerte y sonó a amenaza. Mi hijo era seis años mayor que él, y tenía entonces 22 años.

Mario llamó en represalia a Joel, y de manera sutil lo amenazó, diciéndole que cómo se ponía a amenazar a Gus, siendo mayor y que él podría hacer lo mismo. Claro que Mario le llevaba cerca de 16 años…

De su parte, Mario me llamó un día y me dijo que no se me ocurriera contactar a Tina, porque ella no estaba de acuerdo con mi manera de llevar mi vida, y le contesté que a mí tampoco me gustaba la manera que ella llevaba la suya. Me llamó de casa de su madre, y tuve la sensación de que otra persona estaba escuchando la conversación, pero nunca entendí el propósito de esa llamada.

Un día, en una fonda vi que estaban algunos sobrinos que apenas me conocían y con ellos, Alex, que ya era aceptado en el clan familiar. El niño tendría unos 9 años y me miró con un odio, que me hizo pensar que cómo era posible que a un niño de esa edad lo manipularan para tener esos sentimientos.

La familia de Tina y Mario se fue a vivir a otro Estado, donde vivía un primo en común. Cheya por su parte me pedía que los localizara y les pidiera que por favor le pagaran, así que llamé al primo y le conté lo que había sucedido con Tina y le pedí que les pidiera que por favor atendieran el cobro que Cheya les hacía por mi conducto.

Pasaron los años, y fui invitada con un año de anticipación a la boda de la hija de una amiga muy cercana, y me encontré con que no tenía a quién invitar para que me acompañara. Pienso que no hay cosa más aburrida que ir sola a una boda. Cheya y yo fuimos a la de un compañero de trabajo, y nos pegamos una aburrida monumental. No bailamos ni una pieza, porque todo mundo llevaba a su pareja, y yo repelía el volver a pasar ese momento, y por otro lado, tenía el compromiso de asistir. Cometí el grave error, como última opción de buscar a Fred, el que había sido novio de tono allá por nuestra adolescencia,  para pedirle que fuera conmigo a la boda. Nos citamos en un restaurant, hablamos del pasado, de su comportamiento hacia mi hija y de muchos temas. Me dijo que veía a Tina y a Mario de vez en cuando, y que en una ocasión ella le reclamó que la hubiera dejado justo después de la muerte de su padre, y que él le había contado de nuestra entrevista.  También le contó que un día yo le dije que cuando ellos eran novios, él me gustaba. Esos comentarios me parecieron de muy mal gusto, porque yo no lo obligué a actuar de una manera determinada, él ya tenía sus añitos como para saber qué hacer y su historia me pareció un auténtico chisme. Yo jamás le coqueteé o intenté interferir en la relación de ninguna amiga y mucho menos alguien cercano a mí, como mis primas. El que me gustara era cosa de adolescentes, de chicos que estaban cerca de mí y me parecían especiales o atractivos, pero que en ningún momento hubiera tenido una actitud reprobable.

Fred terminó diciéndome que no me podía acompañar a la boda porque como era alcohólico y tenía algo de sobrepeso, donde iba se ponía a sudar como marrano (textual), y que por ese motivo no era una buena compañía. O sea que el encuentro fue un fracaso, y sí fue un error imperdonable haberlo contactado, aunque me pude enterar de lo sucio que era, al hablar de esa manera de lo que había sucedido años atrás.

Siempre que pensaba en viajar, el primer país que quería conocer era Suiza, desde niña. Gracias a que una amiga que se había casado con un suizo y vivía allá me invitó a visitarla, pude conocer ese país tan hermoso y hablando con ella me convenció de que fuera, buscara un trabajo y luego llevara a mis hijos para instalarnos allá: Joel tenía 10 y Julia 7 y el plan me encantó. Fui a visitar al abogado que era mi amigo y que fue quien llevó mi divorcio, y le conté de mi proyecto. Él me dijo que le parecía muy bien, pero que me aconsejaba que le hiciera firmar una carta a mi ex marido para que en su momento pudiera hacer que mis hijos viajaran y sobre todo, para que él no tuviera la oportunidad de pedir la patria potestad si yo me ausentaba más de seis meses, pero recuerdo haberle dicho que no, que ya había hablado con él y que estaba en muy buenos términos, que se quedaría con los niños en tanto yo hacía los trámites para irme, y me fui.

MI amiga y su esposo vivían en Lausana, y al llegar y recorrer sus calles, me decía todos los días que no quería irme nunca de ese lugar. La comunicación con México, era muy difícil; el correo, tardaba mucho tiempo en llegar, porque el servicio en México es de los peores del mundo, y la manera que encontré de tener noticias de mis hijos era llamando a mi papá. Le pedí que hablara con mi ex-marido y le dijera que ya estaba por conseguir un empleo en la OMS, donde no necesitaba permiso para trabajar y podría quedarme tranquilamente en el país. Mi padre habló con él y le dijo que él nunca permitiría que mis hijos salieran del país y que me dijo que estaba de acuerdo, sólo para que yo me fuera. Inútil decir que me partió el corazón, y una vez más, pude contestar su bajeza. Fui a la Embajada a hablar con el cónsul y me dijo que no había nada que hacer, que me regresara a México y que arreglara las cosas para poder llevar a cabo mi proyecto.

Para irme, tuve que vender mis muebles, mi coche, y cuanto poseía. Y al regresar, tuve que empezar de cero, lo que no fue nada fácil. Afortunadamente, en la empresa donde trabajaba, me recibió con los brazos abiertos.

Ya con mis hijos adultos e independientes, pude hacer un segundo viaje a Suiza, con la idea de quedarme, pero me encontré con una actitud negativa del esposo de mi amiga, Me regresé, pero conocí a un hombre que me visitó meses después en México y que me pidió que nos casáramos. Mis hijos lo conocieron y estuvieron de acuerdo, diciéndome que ya había trabajado mucho por ellos y que era mi turno de vivir bien la vida. terminé casándome con él, y me fui a radicar a Suiza.

Nos casamos en mayo, y como dos semanas antes de la boda me preguntó si me gustaría que mis hijos estuvieran presentes. le dije que por supuesto que sí, pero no me imaginé lo que iba a decirme: Llámalos y diles que los invitamos a que estén presentes ese día y les mandó sus boletos de avión. Nunca lo olvidaré. Tener a mis hijos allá, fue mi dicha total.

La vida en Suiza era maravillosa, sólo que no preví los sentimientos que me harían ver la parte negativa de mi decisión. Extrañaba tanto a mis hijos, y todos los domingos me la pasaba llorando. Henri respetaba esos momentos tan tristes, y me asaltaban las dudas de si había tomado la buena decisión.

Algo que me reconfortaba era que hablaba muy frecuentemente con Julia, mi hija, y nuestra relación era muy bonita, hasta un día que la encontré de mal humor, y me dijo que no era fácil mantener una relación cercana conmigo si yo ya no vivía allá, me sorprendió su repentina actitud y pensé que sólo había una razón para ese cambio, y tenía yo razón. Estaba embarazada, y su mamá no estaba con ella. Me costó algo de trabajo, pero poco después volvió a la normalidad, y hasta me visitó dos o tres meses antes de que mi primer nieto naciera.

Henri y yo veníamos cada año a México, aunque cuando nació mi nieto él no pudo venir, así que quise recompensar a mi hija por mi ausencia. Me encantó ser abuela por primera vez, aunque la llegada de los otros nietos fue también muy venturosa. Tengo dos de Joel y dos de Julia.

En un viaje que hizo Joel a visitarme, de sopetón me preguntó por Tina, le dije que no sabía nada de ella, y me solté llorando. Me dijo: mamá, no puedes dejar que esto te afecte tanto, búscala. Lali y yo estábamos en contacto, inclusive el segundo viaje que hice a Suiza, mi segundo intento de quedarme allá, coincidió que ella estaba en París, y pasamos ese Año Nuevo juntas.  Escribí una carta para Tina y le pedí a Lali que se la hiciera llegar, pero no hubo respuesta. Y creo recordar otro intento que hice para hablar con ella, pero tampoco tuve éxito. No me extraña, porque su rencor la llevó a no ver a esa prima a quien había querido tanto, a Gal, que la ofendió por apoyar a su hermana, y que ni agonizante, quiso volver a verla

Al escribir este relato, veo las cosas de manera diferente. Siento que había idealizado a Tina y que, aunque nuestra relación antes del fatídico día cuando me enfermé, siempre había sido profunda, sincera y de un apoyo mutuo sin reserva, me echó de su vida sin más.

En cuanto a Lali, siempre tuvimos una muy buena relación. Nos encantaba reírnos de todo, decir tonterías y sentirnos felices y el recuerdo de ella evoca el buen humor y las ganas de vivir la vida hasta exprimirla. Tanto Joel como Julia la visitaron cuando niños en Estados Unidos y regresaron felices de haber estado con ella. Hablábamos de vez en cuando por teléfono y la última vez, hace ya algunos años, marqué su número y la sentí distante, incómoda, y supe que no quería seguir en contacto conmigo. Gratuitamente, así, también, sin más.

El asunto es que hace unas dos semanas, soñé con Lali, la veía inquieta, reflexiva y hasta angustiada. Ignoro todo de ella en la actualidad, pero ese sueño me llevó a escribir este relato.

Beatriz Zapata Medinilla

7 de julio de 2022

San Miguel de Allende

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