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Paco

Paco cantaba a la vida y a la justicia social. Sus ojos brillantes despedían lucecitas de amor.  Él vivía muy de prisa, soñando con un mundo libre y justo y nunca tuvo miedo de nada, ni siquiera de ser padre a los dieciséis.   Sus palabras eran como saetas que enviaba al infinito, añorando que muchas voces se unieran a la suya para vivir en el mundo de sus sueños, el mundo de la libertad.

No era su lucha pasiva en este país que le dio protección, lo vi enseñar a un niño down, combatir a asaltantes drogadictos que acosaban su zona, conversar, inspirar, planear.  Proyectar el regreso a su patria, azotada por el tirano, llorar por su pueblo al que amaba y aguardaba sin esperanza una eternidad.  Me hizo comprender, compenetrarme, amar a Costa Gavras por su documento fílmico acusador, sentir desde el fondo de mis entrañas el dolor de su pueblo y de mi pueblo, que es un mismo dolor.

Luego vino la ausencia, el silencio, la vida que sin un asomo de misericordia nos apartó, luego sus cartas inquietantes, desde su patria, su confinamiento involuntario a aquella región del sur, luego su lucha sin tregua, violenta, sin remordimiento, fatídica e irremediable.  La noticia de su viaje a este país, a mi país, me tomó en la calle por sorpresa; hube de contener los gritos de alegría para cuando estuviera sola, mis pasos eran rápidos, porque ni mi espíritu ni mi cuerpo podían ahogar lo que es la felicidad más pura.

Bailamos, bailamos, bailamos.  Ni una molécula de ese fluido que nos envolvió se había querido desprender de nuestros distantes caminos.  El retorno de nuevo, no más cartas, no más nada...

Una tarde, un golpe en la puerta, y mi vista descubre su figura entrañable, siento mi cuerpo flotar en círculos en un abrazo sin tiempo.  Palabras profundas, sentimientos confusos, pero firmes convicciones aún cuando el precio sea el nuevo exilio. Los meses se deslizan y mi mente inquieta lo busca en la memoria, y cuando por fin la claridad me inunda, los hilos del destino comienzan a tejer su drama, mi drama, el de toda la humanidad.

Una voz desconocida me explica. Cada palabra se clava en mi corazón como una daga que desgarra y mi mente vuela para encontrar su cuerpo desangrado en no sé qué calle de su patria.

Un crimen como este, que ciega la vida de un hombre valeroso y honesto, irremplazable, deja un hueco, una desesperanza, porque se aleja el sueño de un mañana.  Callaron su canto, nunca nadie escuchará su voz, su corazón ya no late, pero la huella de sus pasos por todos los caminos aún está viva.  Paco habita en mi corazón.

 

A tres años de su muerte, 1997.

 Beatriz Zapata M.

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