Créer un site internet

La promesa

 En un bosque muy hermoso donde los pinos seguían un orden natural formando una vereda, agitaban esa mañana de la temprana primavera sus tupidas ramas, dando la bienvenida a Massey y Sanhasolin, mientras los débiles rayos de sol se filtraban por entre ellos.  La nieve se resistía a derretirse, aunque ya se había ablandado, lo que la hacía más peligrosa; los niños caminaban tomados de la mano, pero al dar un paso sin tomar en cuenta un pequeño montículo, el tobillo de Sanhasolin se torció, y al soltar la mano de su hermano, cayó.  La niña no sentía dolor, pero su hermano, aunque pequeño, sabía que pronto el pie se hincharía y el dolor sería insoportable; no encontraba ninguna solución para ayudar a su hermana, y la imagen de su madre enferma aparecía sin cesar en su mente, porque esa mañana la había visto muy pálida y le había pedido ir a buscar al doctor del pueblo.  Se sintió más desamparado que nunca,  y pensó en su padre, que hacía un mes había salido muy temprano, para ir de cacería. Unos días después sus compañeros regresaron con la noticia de que su padre había desaparecido y aunque organizaron brigadas en su búsqueda,  hasta ese momento no lo habían encontrado.  Massey luchó para no llorar y no entristecer a su hermana menor, pero no pudo evitar las lágrimas. 

 Sanhasolin se sentía muy triste, pero el murmullo del bosque empezó a arrullarla y recargada en el tronco donde reposaba, sus párpados se cerraron llevándola a un suave sueño. Creyó que estaba despierta, porque aún estaba en el mismo lugar, pero rodeada de dos conejos, un lobo, dos ardillitas, y un venado con unos cuernos retorcidos tan grandes como jamás los hubiera imaginado.  Los animales se empezaron a acercar poco a poco, mientras las ardillitas discutían entre ellas en un lenguaje desconocido para la niña, cuando el venado con una voz grave le dijo: mis amigas las ardillas te quieren dar un mensaje: debes decir a tu hermano, que al cruzar el puente, no pise la tabla que tiene una mancha obscura, porque unas ratas la royeron para hacer caer a un cazador, al saber que vendría con sus escopetas hace un mes, muy de mañana.  Al terminar de hablar, los conejos con sonidos agudos parloteaban, pero aunque Sanhasolin se esforzaba por comprender qué decían, no entendía nada. El venado le explicó que los conejos le regalarían a Massey su velocidad para que llegara más pronto al pueblo, mientras el lobo dijo que vigilaría la marcha del niño para que estuviera libre de peligro.  La niña sintió una fuerte punzada en el pie,  al tiempo que las ramas de los pinos se movían al unísono para que el viento se llevara su dolor, y el venado apenas tuvo tiempo de decirle, antes de que despertara, que Massey debía ir a toda prisa al pueblo porque su mamá se sentía muy enferma, pero que él no debía  preocuparse por su hermanita porque el mismo venado la llevaría hasta la casa del doctor.  Cuando Sanhasolin despertó el pie estaba hinchado y sentía un terrible dolor. Los hermanos se dieron cuenta que ella no podría caminar y se miraron en silencio. Sanhasolin contó a su hermano su sueño, pero Massey no sabía qué hacer, porque aunque no quería dejar sola a su hermanita en el bosque, sabía que él tenía que ir a cumplir el encargo de su mamá.  Al quedarse sola, la pequeña lloró desconsoladamente, pero al ver en su vestido el lugar donde caían sus lágrimas, vio que se convertían en pequeñas estrellas, lo que la hizo sonreír. Poco a poco sin darse cuenta, se fue durmiendo.  El venado ya estaba esperándola, y las ardillas habían construido una escalerita para que la niña subiera a su lomo, se detuvo de los cuernos, y el venado la llevó por lugares hermosos, con lindos paisajes, frescas cascadas, praderas llenas de flores multicolores, y un caudaloso río que cantaba una melodía que ella jamás había escuchado.  Le dijo al venado ¿cómo te llamas? y él respondió: “venado.”  “Pero, no, tienes que tener un nombre”, y entonces él le pidió que le regalara uno; pensó unos minutos y dijo: “Tremps, te llamarás Tremps”, y el venado feliz de tener un nombre, llegó veloz hasta la casa del médico.  Sanhasolin siguió durmiendo largo rato, y cuando despertó, vio a lo lejos la figura de Massey que la saludaba casi sin poder creer que ella estuviera ahí.  ¿Cómo llegaste hasta aquí?, le preguntó, y ella le dijo: tú ya sabías que mi venado, que ahora ya tiene un nombre y se llama Tremps, me traería.  Massey le contó que un lobo blanco muy grande y hermoso se había aparecido a pocos metros de distancia, sin que él sintiera miedo y que lo había acompañado todo el tiempo. Le dijo que lo había visto luchar contra otro lobo negro que de no haber estado ahí, el lobo negro lo hubiera atacado sin duda. También le contó que lo había obligado a detenerse y después se había dado cuenta que lo había hecho para no interponerse en el paso de una gran manada de caballos salvajes y que con aullidos le había impedido de tomar agua de un pozo contaminado, además de que lo había hecho rodear el camino para no pasar por un precipicio que se derrumbaba; también le contó que gracias a los conejos había corrido tan rápido como nunca antes, y cómo las ardillas habían impedido que pisara la tabla rota del puente, salvándole la vida; estaba muy contento de haber podido llegar sano y salvo gracias a la ayuda de esos animales tan maravillosos. El niño estaba muy emocionado. Después de que Sanhasolin le contara su aventura en el lomo del venado, se quedaron dormidos para encontrarse con sus amigos. Apenas habían cerrado los ojos, cuando ya estaban todos los animales, y Massey pidió a Tremps que les agradeciera lo que habían hecho por él; al enterarse de que no tenían nombre, gustoso le dio uno al lobo, lo llamó Viking.  Los niños notaron que las ardillas y los conejos se pusieron de pronto muy tristes y adivinaron el motivo: ¡ellos también querían tener un nombre! así que se repartieron el trabajo: el niño escogió nombrar a los conejos, a quienes puso Raf y Trup, y la niña a las ardillas, Reg y Azur y los animales, al escuchar sus nombres, estaban tan felices que formaron un círculo y empezaron a bailar, dando brinquitos, contagiando a los niños que se unieron al grupo, olvidando por un momento la pena que sentían.  El cielo era de un rosa pálido, cuando despertaron. El doctor había salido al escuchar unos ruidos.  Los niños al verlo lloraron pensando en su madre, y después de que enyesara el pie de Sanhasolin, la esposa del doctor los arropó, puso en la mesa frente a ellos unas grandes tazas de chocolate caliente y unas galletas que ella misma había horneado, adivinando que los niños no habían probado bocado en todo el día.  El doctor escuchó pacientemente la descripción de los síntomas de la mamá de los niños y sin perder tiempo los hizo subir en su carroza, para visitar de inmediato a la enferma.  El camino de regreso lo hicieron en absoluto silencio, por lo que el doctor pensó que los niños tal vez también estuvieran enfermos, pero lo que él no sabía es que tan sólo pensaban en sus nuevos amigos.

 El médico parecía preocupado al salir de la habitación de la madre, y les dijo que tenían que cuidarla mucho porque estaba muy enferma. Hubiera preferido no habérselos dicho, porque eran muy pequeños, pero con la ausencia de su papá, ellos tendrían que atenderla. Se despidió pidiéndoles que cuidaran a su mamá y que se portaran bien y les dijo que regresaría al día siguiente.  Por fortuna, la mamá se fue recuperando poco a poco, pero nunca olvidó el amor y los cuidados que le dieron sus hijos en esos días de enfermedad y angustia, acentuados por la ausencia de su esposo. Los niños, cuando dormían, tenían la esperanza de encontrar en sus sueños a sus amigos, pero eso no sucedía, así que una semana después, al ver que su madre se había aliviado totalmente, fueron al bosque y aunque para Sanhasolin todavía era difícil caminar, al llegar al sitio donde empezara su aventura, se recargaron en los troncos de unos pinos y cerraron los ojos, cayendo en un profundo sueño: instantes después aparecieron todos y se saludaron con gran cariño.  Massey y Sanhasolin pidieron ayuda a Tremps para encontrar a su padre, porque dentro de sus corazones ellos sabían que estaba vivo.  Cuando el venado habló a sus compañeros de lo que los niños querían, todos negaron con la cabeza, pero los niños suplicantes, insistieron.  El venado les explicó que la negativa del grupo a ayudar a salvar a su papá se debía a que había matado a muchos animales, y que sabían que los cazadores llamaban a esa horrible práctica un deporte.  Se sintieron apenados, porque comprendieron que ellos tenían razón, pero después de unos instantes, en los ojos de Massey brilló la esperanza y les prometió que su padre jamás volvería a cazar, haciéndoles comprender lo mucho que su familia lo necesitaba; esas palabras los convencieron y se pusieron en marcha.  Al pie de una barranca, entre unos matorrales, estaba su padre, inconsciente. 

 Sanhasolin despertó en un sillón en la terraza de su casa, mientras su madre con ternura acariciaba sus cabellos; le dijo que él y su hermano habían encontrado a su padre, pero su mamá pensó que aún seguía soñando, y sonrió con amargura.  Massey acudió a toda prisa al pueblo para dar la noticia de que había encontrado a su padre; un grupo de hombres lo siguieron y organizaron el rescate, provistos de una camilla, para transportarlo.  Su padre tuvo que quedarse diez días en casa del doctor, sin que recobrara el conocimiento, y cuando la fe de su mamá se debilitaba,  el padre por fin abrió los ojos. Tuvieron que esperar tres días más para llevarlo a su casa, y Sanhasolin estaba doblemente contenta, porque el día que su padre estaba listo para regresar, a ella le habían quitado el yeso, que tanto le pesaba. 

Durante la cena, sonreían de saberse a salvo y unidos; el papá dijo a sus hijos lo orgulloso que se sentía de ellos por haber cuidado a su madre durante su enfermedad, y por haberlo encontrado, salvándole la vida, y los niños se emocionaron tanto que sus ojos se humedecieron, pero Massey no sabía cómo decir a su padre que a su nombre había hecho una promesa que no podía romper, así que con timidez, al punto que casi no se ecuchaba su voz, empezó por decirle: 

 “Papá, verdad que los animalitos son también hijos de Dios?” y el padre le contestó:  “Si, es verdad.  En esos días que estuve inconsciente, tuve un sueño en el que algunos animales muy simpáticos, capitaneados por un enorme venado, los conducían a ustedes, mis pequeños, hasta el sitio donde me encontraba y como estuve a punto de perder la vida, valoré su importancia; me sentí muy avergonzado de no haber entendido esto antes, así que voy a hacerles una promesa: nunca volveré a ir de cacería.”   Los niños se miraron y felices, sin poder contenerse, corrieron a abrazarse.

 Al día siguiente se levantaron muy de mañana y fueron al bosque en busca de sus amigos, pero aunque durmieron largo rato, y en sus sueños los llamaban por su nombre, ninguno apareció.  Al despertar se sintieron decepcionados, lamentando que ni siquiera habían podido darles las gracias, pero después de un largo silencio, Sanhasolin con una sonrisa en los labios dijo a su hermano: “Vamos a prometernos que jamás olvidaremos a nuestros amigos, para que así, viviendo en nuestros recuerdos, ellos sigan existiendo para ayudar a los niños que lo necesiten, como hicieron con Massey...” y Massey terminó diciendo “y Sanhasolin”.

 Beatriz Zapata Medinilla

Agosto 1998

Comentarios

  • Soledad
    • 1. Soledad El 07/06/2013
    Muy bonito!
  • Leticia
    • 2. Leticia El 04/06/2013
    Preciosa la moraleja!

Añadir un comentario