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No puedo verte triste

 

Tu recuerdo emerge en mi memoria, cuando el dolor de tu pérdida se ha mitigado.

Esa noche de los chillidos de gatos en la azotea, cuando presa de pánico a mis escasos cinco años desperté sofocada, delirando que vendrían a mi cuarto y me harían daño, supe que nada me ocurriría nunca, si tenía tu mano, si tenía tu voz.

El tiempo y tu desventura.  El tiempo y mi desventura que era por ya no verte, tu abandono, me engañaron y me dijeron que ya no te amaba, que eras ajeno a mi corazón.

Llegó el momento de pedirte cuentas. Mucha distancia y mucha tristeza hubieron de pasar para llegar a ese momento, y cuando estuvimos frente a frente, tú, más viejo del alma que del cuerpo, sin una mañana bella delante de ti, no resististe el combate, y tus lágrimas, en esos entonces ya fáciles, hablaron por ti. Ya es muy tarde, hija, dijiste, pero yo no lo acepté. Te pedí que te acercaras de nuevo a mi vida, y sentí otra vez tu presencia. Ya no era tu mano ni tu voz la misma, pero supe que nada te ocurriría si tenías mi mano y mi voz.

¿Una llamada, de un hospital? ¿Una cita?  Sí, cierto como el atardecer. Era leucemia y aún tu cuerpo era joven, aún tu mirada conservaba su fulgor.

La muerte que se acercaba y yo la sentía, y tú lo sabías, pero no dejabas que nadie la viera. Esa cama, ese hospital, ese cuarto, esa puerta que al abrirse y al mirarte, nadie podía sospechar que tu fin estaba ahí.

Pensé una noche antes de tu partida: Toda una vida de ausencia, por una etapa, la final, para estar muy cerca un padre y una hija.  Unos desconocidos, que apostaron por quererse, por intuición, tal vez, antes de decirse para siempre adiós. No importa el tiempo, cuando la distancia se acorta en un minuto de entendimiento, en un minuto de amor.

Ellas estaban ahí, las amigas, para compartir mi dolor. Ya te habías ido. Tu batalla contra la muerte había terminado. Yo, envuelta en ese estado casi de inconsciencia cuando te arrebatan a alguien que habita en tu corazón.

Las amigas escogieron un lugar particular para sacarme de ese estado letárgico, y me dejé guiar hacia ese restaurant, donde un trío amenizaba. Yo pensaba en ti, y dije para mis adentros que la próxima canción que cantaran, me la estarías dedicando tú, desde donde estuvieras. El trío empezó a cantar:

 

No puedo verte triste porque me mata

Tu carita de pena mi dulce amor

 

Me quedé impresionada.  La canción la conocía, pero en ese momento la redescubría, ¡y tú me la estabas dedicando…!

 

...Si tú mueres primero

yo te prometo

que escribiré la historia

de nuestro amor

con toda el alma llena

de sentimiento

la escribiré con sangre

con tinta sangre del corazón.

 

Y es por eso que ahora te escribo, con tinta sangre del corazón.

 

Beatriz Zapata Medinilla

 1994

 

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