Nathalie o Laura

 Me llamo Nathalie.  París me vió nacer el 8 de marzo de 1815.  Desde pequeño supe que estaba comprometida con Gilbert y que un día uniría mi vida a la de él; Gilbert es cinco años mayor que yo, y de niños nos simpatizábamos y jugábamos juntos, pero desde que cumplí los doce, dejé de verlo porque lo mandaron a estudiar a Londres; sin embargo, eso no fue obstáculo para que cuando cumpliera catorce años, celebrara al mismo tiempo mis nupcias también.  Cuando mi madre me dijo que mi boda estaba próxima, sufrí mucho y sentía miedo; ¡él era tan ajeno a mí!  Ahora, ese recuerdo me hace sonreír.

 Gilbert es un buen hombre a quien admiro y respeto; su prudencia ayudó a que poco a poco se fuera ganando mi confianza y a pesar de eso, siempre ha sido un extraño para mí.  Lo veo tan distante como cuando niña veía a mi padre, y es que los señores de esta época dan una exagerada importancia a los asuntos materiales; la sociedad no hace más que ocuparse de la fórmula basada en que se es valorado de acuerdo con lo que se posee, así que todos viven devanándose los sesos para que su caudal sea cada vez mayor...pero, en fin, ese no es asunto que incumba a las mujeres.

 Desde que me casé vivo en una finca en Louviers, cerca de París.  El lugar es hermoso, rodeado de campos y cuando estoy bordando o tejiendo, lo hago frente a la ventana y contemplo los árboles, las flores y los pastos y me gusta pensar que son regalos de Dios para mí, porque dudo que alguien pueda disfrutarlos tanto como yo lo hago.

A mis hijos los veo poco, porque la institutriz se hace cargo de ellos; Gilbert quiere que sean todo lo refinado que sea posible, aunque son dos hermosos diablillos, sanos y sonrientes, felices de ese estilo de vida en que levantando un dedo ven sus deseos cumplirse.

 En ocasiones, recibimos esos hermosos sobres lacrados, con letras estilizadas, invitándonos a alguna tertulia en París y los preparativos para asistir ocupan mi tiempo ; analizo con detenimiento los modelos recientes para elegir el mejor, el peinado, los zapatos, las compras para el especial acontecimiento, luego, cuando el tan esperado día llega, adoro ese viento suave que me acaricia cuando voy en el carruaje, mientras Gilbert a mi lado pensativo y elegante, reserva su elocuencia para un momento posterior.  Al llegar, los murmullos de las conversaciones, las delicias gastronómicas, las exquisitas bebidas, son el preámbulo para el momento en que los músicos rasgan el silencio que antecede a sus mágicas interpretaciones.  Cuánto daría por llevar esos sonidos a la intimidad de mis ocios vespertinos.

 En medio de estas reflexiones, de pronto surge una circunstancia que me altera; corre el año de 1992 y ¡nadie quiere creer quién soy en realidad!

 

Beatriz Zapata Medinilla

1995

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