Voces

Voces

Las luces del salón se esfuman y el ambiente queda envuelto en una semi obscuridad; desde su rincón más profundo, semejando un túnel nebuloso se transportan imágenes a la pantalla, magia del hombre, y ahora, pequeñas letras comienzan a aparecer ante mis ojos, desfilando en caravana ordenada nombres que dejan huella, mientras que ya no recordado mi nombre, me enajeno con deleite al sentir que yo no soy yo, sino aquélla que en instantes me conducirá a una historia tranquila y diáfana; que si sufre, su dolor es momentáneo y mitigado con grandiosas recompensas.  Sí, dispuesta a ser la protagonista, ¡a engañar a mi conciencia!

Ahí está la primera escena: un lago rodeado de verdes de pastos y hojas, de lila, amarillo y rojo de flores.  El remanso fluye dejando que el reflejo del sol lo parta en su centro y casi con timidez, hace sentir su presencia en el ámbito un melancólico violín para conjuntar la belleza del cuadro, uniéndose gradualmente los acordes de pianos, violas y trombones.  Ya no soy yo, ya no me pertenezco, mi lugar ya no es en la butaca, sino allá en ese lago lejano.  ¿Seré esta vez una talentosa escritora, o bien una soñadora con logros asegurados, una prima ballerina, o una actriz brillante y caprichosa?

La música en lenta evasión recibe a una niña bañada de sol de mañana que se acerca al lago; salió de su casa vacía en busca de dulzura. Capté entonces su mirada ¡Oh, Dios, ¡cuánta tristeza para una primavera!  Después, contempló el cielo inmenso y dijo suavemente "me voy, aunque nadie me aguarda" y se marchó con pasos débiles como pidiendo perdón a la tierra por andar por sus veredas.

La música surge violenta y un minuto después, cesa.

Acompañada del medio día llega una joven que con una débil voz dice ¡soy feliz! pero... ¿es mala su actuación o es tal vez que miente?  Su timidez la reviste de farsas: de pronto agresiva y desafiante y a ratos, desprevenida, no refleja sino penas antiguas.  Se dio vuelta y sobre sus hombros lleva un letrero de fuego que dice: "mundo, aquí en mis espaldas sostengo tu peso".  Al volverse la reconocí ¡era la misma mirada!

La joven vio acercarse por el sendero del lago un velero majestuoso que ancló en su playa y sin meditar gritó: "huyo".  Se subió en él presurosa y al tocar la superficie vio que el velero de su ilusión era una canoa endeble que en algún momento sin remedio sucumbiría.  Luchó con bravura por sostenerla y en su fracaso sólo deseó salir de ella, pero una cadena que pendía de su dedo anular se lo impidió y sus intentos por liberarse, la marcaron.

Logra por fin pisar tierra firme y con reproche en la voz dice al lago de aguas indiferentes: ¿Por qué no me das un poco de tu paz, por qué tan sólo eres testigo de mis desventuras?  Al ver que nadie le responde, siente en el cuerpo las puntas afiladas de sus viejos dolores.

Ya el sol comienza a ocultar sus fulgores, y una flauta suave disemina sus colores en el espacio, ofreciendo el tributo de su última nota a una mujer sin edad, de mirada serena, con destellos de sueños deshechos y cicatrices de tormentas, que rodeada de verdes de pastos de hojas y de lila, amarillo y rojo de flores, interroga al horizonte con esperanzas nuevas y su cuerpo y su boca sonríen, y yo le creo, pero al girar en semi círculo la delatan un letrero sobre sus hombros y cadenas nuevas. Un violín en compañía de piano, violas y trombones me indica que ha terminado el espectáculo.

No es lo que deseaba ver: eran risas, felicidad: un cuento.

Las luces recuperan su intensidad y mi cuerpo queda inerte y fragmentado...

Quisiera saber, quién les contó mi historia.

 

Beatriz Zapata Medinilla

1987

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