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UNA PAREJA

Es hora de decirlo, el sonido de tu voz por fin despierta. Por qué, preguntas, y yo respondo: soy como un caminante que pierde el rumbo y se hiere las plantas de los pies de tanto besarlas los caminos. La que al levantar la cabeza abre los ojos hambrientos de luz y se encuentra aún más lejos de su sueño.

La soledad, monstruo imaginario que me aterra me acechaba sin piedad y yo, sentía miedo.

Era extraño palpar tu silencio y el inmutable misterio de tus pensamientos; a ratos también percibí la alegría de tu nostalgia, y le contaste al viento tu orgullo remoto y distante que fue diseminando por todos los oídos; un espejismo de calma en un armonioso momento.  Luego, deseaste verme flotando entre los lirios y las amapolas, pero tan sólo presenciaste un dolor infinito al oír mis pasos ligeros y viste mis ojos apretados al cruzar el río turbulento.  ¿Sabes? quisiera hundir esa imagen en el océano.

Aprendí a leer el significado de tus silencios y el lenguaje de tus ojos evasivos.

Le dije al amor: por qué no descubres ante mí tus velos, todos; te quiero conocer completo y que tu lluvia desmorone mis cadenas de arena y papel.

Después me ví en un túnel estrecho y húmedo, pero no detuve mi andar indeciso y a mi espalda sentí el ruido metálico de una puerta, adivinando que atrás de mí, ya no había camino.  Las tinieblas me dejaron distinguir una figura; sí, eras tú, pero como un fluido desapareciste.  A lo lejos, una débil luz me guio y al llegar ya no había tinieblas, pero un monstruo invisible me vigilaba y yo aún le temo.

Será quizá porque le dije al amor: ¿por qué no descubres ante mí tus velos, todos...?

Beatriz Zapata Medinilla

1986

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