Ya no llores, Maruca

En el camellón una señora lanza migajas de pan a las palomas y el hombre que camina como la más cotizada modelo pasea a su majestuoso perro afgano.  Se asoma en sus pensamientos David, que cada vez que ve al perro y a su amo exclama: “mira, ahí va la nena con su mascotita” y ella se ríe de esa fobia de su marido.  Ahuyenta como puede la imagen, sólo unos segundos, pero no puede evitar replantearse la pregunta: ¿Como fue David capaz de esa bajeza?  Sostenida de la antena, una pañoleta color palo de rosa ondea a capricho del viento, la observa ensimismada.  Suspira.  Se siente diminuta y golpeada por el capricho del destino, como la pañoleta del viento.

Recordó el día que fue con David a volar papalotes y pudo verse, verlo, corriendo, jugando, disfrutando.  ¡Qué lejano!  Siente odio, después de tanto amor, odio, odio puro, puro odio.  Era tan hipócrita como todos los demás, pero él, peor aún, porque los otros no se jactaban de su fidelidad, al contrario, por lo menos entre ellos se contaban con detalle sus aventuras; claro que con las mujeres eran discretos, pero él mismo, como para probarle siempre su ejemplar conducta, le contaba una que otra historia de las infidelidades de sus amigos.  Se siente mareada y es que sin darse cuenta, fijó la vista en el zapatito de bebé que cuelga del espejo retrovisor, o tal vez no es por el zapatito, sino los  sinsabores que ha vivido estos últimos días.

La pena en el alma y el dolor profundo son insoportables, pero además, la angustia de no saber qué será de su vida.  Se va a Guadalajara unos días a casa de su amiga Consuelo, ¿pero luego qué?  Obviamente no se le puede instalar ahí de por vida.  El primero en poner el grito en el cielo sería Gustavo, el marido de Consuelo, porque aunque ella dice que no, Maruca está segura que a él no le encantan las visitas.

Cierra los ojos y con gran devoción pide a la Virgencita de Guadalupe que la ilumine, y al abrirlos descubre, perpleja, pegada en el techo del coche, una Virgen de Guadalupe en un marco dorado de 20 por 16, porque eso sí, ella es experta en calcular dimensiones.  Rodea a la imagen una tira bordada roja con flecos, que junto con el zapatito de bebé se mueven rítmicamente; se maravilló de no haberla visto antes, pero tan absorta como está… De todos modos la considera una Divina coincidencia, que la reconforta.

Lo que más la mortifica es la idea de vivir sola, se siente incapaz de hacerlo; definitivamente con Emilia, su mamá, no, es como acentuar su fracaso.  Ahí está el caso de su tía Rosario que nunca se casó y que vive sola y tan tranquila, o Laura que se divorció y está siempre de tan buen humor.

Su problema es realmente difícil y doloroso.  Al grado que no se lo ha contado a nadie, ¡y es que es además tan penoso!  Cuando habló con Emilia estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo y sólo le dijo que pasaría por ella como tantas otras veces.

A su pesar, porque lo estimaba, le echaba la culpa a Ricardo, un buen amigo de David, porque desde que se separó de su mujer, bueno, desde antes en honor a la verdad, es decir, desde siempre, ha sido un “calavera” (término utilizado por Emilia para definir a un hombre seductor, embustero y peligroso) que por si fuera poco le encanta “jalarse las mechas” (otro término de Emilia para indicar que la persona bebe más de la cuenta) y con alguna frecuencia, los dos amigos se iban de copas, y aunque ella no se quedaba muy convencida, David, que era un experto en convencerla con argumentos verdaderamente geniales, se las arreglaba para que ella aceptara tal situación, y como siempre que regresaba al encontrarla despierta, él le contaba dónde habían estado y todos los pormenores de su parranda, la tranquilizaba.

¡Qué horror!  No se había dado cuenta, pero el tablero del taxi está cubierto de un peluche color caramelo.  Esa sola visión la descompone aún más, porque el primer regalo que él le hizo y que fue el origen de su enlace fue algo entre osito y conejo de peluche color caramelo y ella, que detesta los peluches, le dijo que era espantoso, que no le gustaba y se lo devolvió.  David se desconcertó porque nunca había conocido a nadie que reaccionara de esa forma, acostumbrado a que cuando se regala algo, aunque sea una porquería, todo mundo dice que es muy bonito y que muchas gracias, al tiempo de pensar que el destino del regalo será el basurero, pero el efecto en él después de unos días de no verse, porque ella estaba molesta y él ofendido, fue que formalizaran su relación.  Maruca sacó de su bolsa sus lentes obscuros, para no tener que ver con nitidez el tablero.

La noche de su desgracia, Emilia, a petición de su hija se había quedado a acompañarla para que no se quedara sola, y platicaron hasta muy tarde, pero la venció el sueño y se fue a dormir al cuarto de las visitas.

Apenas había dormido unas dos horas cuando oyó que su yerno llegaba; vio el reloj y pensó que a David esta vez se le había pasado la mano, porque ya eran las seis y media de la mañana.  Se imaginó que Maruca iba a pelearse con él y para evitar incomodarlos, se vistió y salió sin despedirse.

Maruca observa la mano enorme y peluda del taxista cada vez que toma la palanca de velocidades, que está coronada con la cabeza de una muñeca sucia, de pelos rubios y parados y trata sin éxito de dilucidar cuál es el objeto de poner esa horrible cabeza ahí.  Lo de la pañoleta, el zapatito, el peluche, lo entendía, aunque le pareciera de pésimo gusto, pero lo de la cabecita la rebasa: la encuentra grotesca.  Sin darse cuenta, comienza a cantar mentalmente “Este es el trenecito del chocolate Express, que alegre y muy bonito, y qué sabroso es.  Vámonoooooosssss”; justo en “vámonos” se siente incómoda al sorprenderse repitiendo esa tonada, perdida en su memoria desde que era niña, porque no estaba para cancioncitas; era la música del Teatro Fantástico, un programa de cuentos infantiles que veía todos los domingos hacía ya mucho tiempo y criticó severamente la canción que no decía nada, y lo que decía estaba mal estructurado.  Qué infamia a los pobres niños… o no sería como aquel otro comercial de la época que decía “Colgate Palmolive, fabrica antes de Fab, le desea cordialmente dicha y felicidad” claro, era navideño, y cuando lo veía pensaba que a quién podría interesarle que fabricaran antes o después, aunque encontraba una relación en que empezaban a pasarlo a principios de noviembre; hasta después de años y no se acuerda cómo, se enteró que no era “fabrica antes”, sino “fabricantes”, o como Laura que le contó que cuando era niña al cantar el Himno Nacional decía “Mexicanos San grito de guerra…”, en lugar de “Mexicanos al grito de guerra…”, porque creía que “grito” era un santo.  ¡A saber!

De pronto, viene a su recuerdo nada menos que Cachirulo, el personaje principal del Teatro Fantástico, con su peluca color zanahoria, con la que interpretaba por igual a reyes, príncipes o héroes.  Cómo le hubiera gustado salir en la televisión y hacer el papel de princesa vestida con esos trajes elegantes o toda harapienta en el papel de la hija del zapatero, como otras niñas de su edad.  Siente nostalgia. Mira con curiosidad el perfil del taxista en un alto y le encuentra parecido con Cachirulo. Si no fuera por su profundo dolor, seguro que se hubiera reido hasta cansarse.  Se pregunta si David habrá visto también el Teatro Fantástico …¡ya nunca lo sabrá! 

No puede contenerse más y empieza a llorar, lo bueno es que trae puestos sus lentes obscuros, sigue llorando, pero eso sí, en silencio, no vaya a ser que el taxista se interese en su drama y empiece a hacerle preguntas, o peor aún, a darle consejos (y es que hay algunos que a la menor provocación empiezan a conversar sin parar, y a veces sin la provocación) o qué tal si se da cuenta y no hace ni dice nada, sería muy incómodo para él y para ella.  Ya no llores, Maruca, se repite una y otra vez, pero es inútil.

Cuando David llegó a las seis y media ella fingió dormir, tenía mucho sueño, y total, el pleito podía dejarlo para cuando despertaran.  Oyó que se desvestía con cuidado para no hacer ruido y lo oyó acostarse suavemente, pero tres minutos después, ya roncaba de un modo insoportable.  Si algo le encantaba de él era precisamente que no roncaba, pero todo era que bebiera y sus ronquidos eran impresionantes… tal vez hasta los vecinos lo oían… ¡qué vergüenza!

Como era imposible dormir, se levantó y al encender la lámpara vio que David había dejado su ropa sobre la cama.  Cómo andarás de borracho, dijo sin despertarlo.  Tomó un gancho para colgar el traje, llevó la camisa, no sin antes revisarla, como era su costumbre, al cesto de la ropa sucia y al levantar los calzones, cayó un horrible collar de plástico de cuentas verdes y rojas, de 40 centímetros.  La ira le empezó por la cabeza, donde sintió una descarga. Luego, le recorrió todo el cuerpo, para culminar con un alarido que obviamente despertó a David de un brinco, al tiempo que se le abalanzaba collar en mano hasta acercarlo justo frente a su nariz.  El, desvelado, con todas las copas encima, abría más y más los ojos sin comprender, mientras Maruca le gritaba: cerdo… malviviente… tienes una mujer como yo… y te vas a revolcar con una cualquiera… con una vulgar… porque sólo una mujer vulgar… puede usar un collar de plástico tan horrible… y de tan mal gusto… ¡Y atreverse a meterlo en tus calzones!… eres un cínico!  Lo negó.  Hizo gala de sus geniales argumentos, juró, pero esta vez no pudo convencerla, porque cada vez que creía ganada la partida, ella levantaba, furiosa, la mano en la que sostenía el collar.  Fue un día horrible, Maruca no paraba de llorar y en los ratos que no lloraba, lo insultaba, y para colmo era sábado, así que él no tenía pretexto para salir.  El domingo fue el desastre total, porque cada vez que Maruca mencionaba las palabras calzones o collar, él soltaba una risita, claro, involuntaria, que terminó por desquiciarla.

Trata de calmarse repitiéndose ya no llores, Maruca, ya no llores.  Se suena y sigue llorando, y en el momento de lanzar un profundo suspiro, mira atónita el espejito. Los taxis de dos puertas están obligados a quitar el asiento delantero; ella sabía que, por principio, no debía subirse a un taxi así, lo sabía, pero esa mañana cuando David salió, había puesto unas cuantas cosas en una maleta y con la precipitación y la gran pena que estaba sufriendo, ¿qué se iba a estar fijando en cuantas puertas tenía el taxi?  Se había subido a muchos taxis y en muchos había notado la existencia del espejito, colocado 35 centímetros abajo del tablero y jamás se le había ocurrido pensar para qué servía, hasta que un día, su hermano, cuando por casualidad salió el tema en una reunión, le explicó que lo ponían para verles las piernas y lo que se pudiera a las mujeres que se subían; lo que más le molestó fue que su hermano se burlara de ella cuando dijo que no podía creerlo, y se sintió ofendida de saber que a ella ya le habían visto hasta… no quiere ni pensarlo!  Los hombres son unos bestias, se dice, alterada, y se quita el saco para ponérselo sobre las piernas y boicotear el espectáculo del taxista, por lo menos, y aunque un poco tarde.

Le preocupa cómo va a darle la terrible noticia a su mamá y ensaya: “Mira Emilia, (porque cuando se trataba de cosas íntimas, prefería llamarla por su nombre) sé que para ti tanto como para mí es un duro golpe, pero he tomado la decisión de divorciarme”.  No, no, la pobre se va a desmayar… “Emilia, tú sabes que en los matrimonios” … No, tampoco, porque critica que la gente generalice cuando el problema es específico y seguro que la va interrumpir para hacer esa observación… o tal vez mandarle una carta desde Guadalajara…

Emilia no bien sube al taxi, comienza a relatar los últimos acontecimientos: ¿Qué crees?  A Conchita la acaban de asaltar: puso un anuncio en el periódico que vendía su abrigo de nutria argentina y se presentó un hombre bien vestido, muy agradable y luego de examinar el abrigo, le preguntó si no vendía algo más.  Ella le mostró algunas joyas, justo en el momento en que sonó el teléfono, que estaba a su lado; lo contestó y le colgaron y cuando volteó, el hombre había desaparecido con todo y abrigo y joyas.  Maruca no escucha el relato, aunque le llama la atención la nacionalidad de la nutria, y al considerar que su madre ha terminado con la historia por la pausa un tanto prolongada, mueve la cabeza reprobando los hechos.

Emilia continúa: me contó la portera que la familia del primer piso se fue en plena madrugada; metieron sus cosas en el camión de mudanzas el viernes pasado y cargaron hasta con uno de los tanques estacionarios.  Parece que debían varios meses de renta.  ¡Pobre gente! Sólo oye “Pobre gente!” y como la cara de pena ya la tiene, no se esfuerza y asiente, pero antes de que Emilia empiece con el tercer relato del día, Maruca se impacienta y saca de su bolsa el collar de plástico de cuentas rojas y verdes de tan mal gusto y se lo pone enfrente.  Emilia, tranquilamente lo toma y lo mete en su bolsa, y dice: “Ay hija, qué bueno que lo dejé en tu casa; lo busqué por todas partes y aunque no es muy fino, me lo regaló la muchacha del aseo… vieras qué agradable es, figúrate que la pobre bla, bla, bla.  Maruca siente un escalofrío, recuerda haber visto a su madre sentada en la cama, el viernes pasado, conversando animadamente, mientras se quita un collar, pero tiene el defecto de que nunca observa ni los anillos, collares o vestidos que traen ni sus amigas, ni sus vecinas, ni su mamá, a menos que le gusten o le disgusten en extremo, si no, simplemente no los ve.

Recuerda minuto a minuto sus sufrimientos, odios, insultos y dando la contraorden al taxista para que la llevara al lugar donde lo abordó, decide guardar con mucho celo y para siempre, su secreto.

F I N

Este relato no es ficticio; cualquier semejanza con personas, animales, objetos, circunstancias, situaciones e inclusive la descripción (decorado) del taxi, no es mera coincidencia, sino hechos, todos, fácilmente comprobables.

Beatriz Zapata Medinilla

2002

Comentarios

  • Tair
    • 1. Tair El 14/11/2013
    me hizo sufrir hasta el último renglón. Maruca segura del maltrato de todos los hombres. El perseguido se convierte en perseguidor. Muchas gracias Beatriz,me ha encantado el relato
    • Beatriz Medinilla
      • Beatriz MedinillaEl 15/11/2013
      y tu análisis, muy interesante!!!!
    • Beatriz Medinilla
      • Beatriz MedinillaEl 15/11/2013
      Gracias, Tair. Me alegra que te haya gustado!
  • Edith Coronado
    • 2. Edith Coronado El 15/06/2013
    Me encanta....me recuerda mucho a un libro que me regalaron, se llama Diez mujeres de Marcela Serrano, es el mismo estilo...super!
    • Beatriz Medinilla
      • Beatriz MedinillaEl 15/06/2013
      Gracias, Edith por tu comentario, y voy a leer el libro de Marcela Serrano :) ! Un abrazo grande,
  • Héctor Rafael Orozco Aguirre
    • 3. Héctor Rafael Orozco Aguirre El 13/06/2013
    Me encanto. Me llevaste de la mano y me dejaste asombrado de la manera de describirlo todo.

    Te felicito amiga.

    Eres muy buena escritora.
    • Beatriz Medinilla
      • Beatriz MedinillaEl 15/06/2013
      Qué hermoso comentario, Rafa! Me emociona!!!! Un abrazo,

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