El Nardo

1

Cuántas veces había pensado nunca más volver a “El Nardo”?  El café era amargo, pero el servicio era excelente, y aunque sencillo, siempre estaba limpio;  en cuanto al ambiente, me era igual, porque de todos modos no hablaba con nadie.  Salía desesperado del trabajo, para llegar antes que se cerraran las otras oficinas cercanas, y evitar que alguien hubiera tomado mi mesa.  La sola idea de que eso ocurriera me incomodaba, y si alguna vez sucedía, ni siquiera entraba y me iba a mi casa muy molesto y ese malestar me acompañaba todo lo largo de la tarde y no desaparecía sino hasta la mañana siguiente, después de un exagerado desayuno, para compensar, y es que tenía la obsesión de comer cuando estaba nervioso.  Esto me sucedía sobre todo los fines de semana, felizmente, entre semana, aunque quisiera, no me era posible, pues el exceso de trabajo no me lo permitía.  Me daba cuenta de mis manías y me hacía el propósito de romperlas: un día decía “hoy no voy”, pero sin darme cuenta, mis pasos me llevaban irremediablemente a El Nardo.  Todo había empezado desde lo de Margot. Oh! No, otra vez Margot!  También me había prometido no pensar en ella, y tampoco en eso tenía éxito.

Esa tarde había habido un mal presagio.  Si mi hora de salida era a las 4:30, por qué al inepto del director se le ocurrió pedirme la información sobre las ventas del mes a las 4:29?  Por supuesto, salí tarde y tuve que correr;  eran las 4:55 y en cinco minutos el café estaría a reventar, y lo peor! tal vez algún imbécil me habría ganado el lugar .  Mis sospechas eran fundadas.  Cuando entré sentí un vuelco en el estómago.  Mi mesa estaba ocupada!  Todas las demás mesas estaban vacías, menos la mía.  Enrojecí.  Dudé en marcharme, pero qué caramba!  Me dominé y fui a sentarme a mi mesa.  Sentía odio hacia la mujer que se había instalado donde no le correspondía.  Que no se le vaya ocurrir hablarme, pensé.  Abrí el periódico en la sección de deportes, que era la única que leía y apenas comenzaba a ver el encabezado cuando oi su voz.  Se dirigía a mí.  Fingí no oir.  Un momento de silencio.  Insistió.   Su voz me sonó familiar, pero lo que me preguntó me dejó helado.

 -  Se puede saber por qué llegaste veinte minutos tarde?
Sabes que no me gusta esperar.

 No quería mirarla.  Sentí miedo.  Seguramente está loca, me dije, y qué tal si me hace un escándalo?  No sabía qué hacer y decidí no hacer nada.  Dejé el periódico y fijé la vista en el muro de enfrente, que adornaba una réplica de Van Gogh.

 -       Te estoy hablando, dijo.

 Me sentí aterrado.  Su voz exigía una respuesta, y esta vez la reconocí.  Antes de mirarla, ya lo sabía.  Era Margot!  De todos modos, al comprobarlo, me sobresalté.  Pensé que estaba soñando, porque no era posible.  Y sin embargo, era ella.  Sentí una punzada en el corazón al ver que, encima,  le divertía mi reacción.

 -       Bueno, pero que raro estás!  Qué te pasa?

 Yo no tenía palabras.  Empecé a sudar,  saqué mi pañuelo y me limpié la frente.

 -       Vaya!  Hasta que me haces caso y te compras un pañuelo decente!

 Era verdad.  Ella detestaba los pañuelos a cuadros y siempre me decía que comprara lisos y hasta se había ofrecido a ponerles mis iniciales con punto atrás.  Decía que eso era muy chic.

 Mi mirada danzaba incontrolable de un lado al otro, pero la obligué a observarla.  Ni una sola arruga, ni un gramo de más.  Llevaba su traje esmeralda.  Recordé que yo la había acompañado a elegirlo, y no estoy seguro pero creo que hasta le di el dinero para comprarlo.  Ese fue un verdadero acto de amor.  Dos horas en la maldita tienda.  Cómo olvidarlo?  Se veía muy bien.  Me pregunté si aún la amaba, pero no encontré la respuesta.  El peso del rencor era mayor que ningún otro sentimiento.

Margot suspiró. No pudo evitar caer en la misma reflexión de siempre.  Qué hacía ella con Eugenio?  No tenían nada en común.  Y sabía que si la relación había ido tan lejos, era porque ella había insistido.  No lo culpaba a él de todo, no, sabía que ella tenía un carácter algo agrio, que se enojaba con facilidad, pero había cosas más profundas, que se preguntaba si podrían salvarse.   Detestaba su ambigüedad, nunca sabía qué pensaba realmente, era evasivo, carecía de tacto, nulo sentido auto-crítico, y tan poco cariñoso!  Cuántas lágrimas había derramado por esa frialdad de Eugenio!  Claro que esas lágrimas ya no las vertería, no por él, al menos, porque ahora, ella sentía que así como la ilusión en ella se habia apagado un poco, en él parecía haberse fortalecido, bueno, al punto de haber aceptado que se casaran!  Ella dudaba.  Sería una buena idea, despues de todo?  Tal vez sí.  Dejaría esas decisiones para más adelante, pero ahora, a la carga!:

 -       No has dicho ni una sola palabra.  Te pregunté que por qué habías llegado tarde y no me has contestado.

Cada vez que me dirigía la palabra, yo sudaba y me resultaba tan incómodo!  De pronto, sin más, empecé a temblar.  Pero qué clase de broma era esa?  Porque tenía que ser una broma. 

 Como clavó su mirada en mí,  y más que verla la sentí, balbucié una respuesta que ni yo entendí.  Adiviné que fruncía el ceño y sabía por experiencia que estaba a punto de explotar.  Sí, la conocía muy bien.  Se pondría a sacar de no sé dónde todas las ofensas que según ella yo le había hecho y terminaría llorando a mares, y yo, me quedaría sin saber qué es lo que se proponía, porque sus lágrimas me desarmarían y trataría de consolarla.  Lo único que se me ocurrió fue decir:

 -       Ha pasado mucho tiempo, no?  Para mi sorpresa, contestó:

 -       Veinte minutos.  Te he esperado veinte minutos.

 Mi intento no funcionó.  No había modo.  Cinco años atrás la había esperado en este mismo café horas y horas.  Desde ese día y por años me dediqué a buscarla.  Su departamento, que recién había terminado de pagar, estaba vacío, en la tienda donde trabajaba no volvieron a saber de ella y ni el detective que contraté pudo encontrarla.   Como yo tenía llave de su departamento, me fui a instalar una temporada con la esperanza de verla aparecer, pero al darme cuenta que no volvería, como un tributo a su recuerdo, pensando que sus días habrían terminado en manos de no sé qué delincuente, había pagado durante todos esos años sus facturas.   Reviví mi sufrimiento, ese vacío, la angustia, los vómitos, la pérdida de peso, la desesperación, y ahora, estaba frente a mí, con un cinismo sin límite, ¡reclamándome un supuesto retraso a una inexistente cita!  Al principio de nuestra relación todo había sido maravilloso; pero poco después, ella sin más, en uno de sus arranques de cólera me dijo que no quería volver a verme.  Yo respeté su decisión, para que luego, me pidiera que volviéramos.  Volvimos.  Fue peor.  Se alteraba de cualquier cosa, gritaba y yo no le contestaba, porque no sabía que decirle, y eso, la enfurecía aún más.  Como comprendía que yo la ponía en ese estado, dejaba de buscarla, y entonces se quejaba de que yo era distante y que no la amaba.  A los cuatro años de este ir y venir, un día me propuso matrimonio.  Me sentí invadido, era yo quien debía haberlo propuesto, claro, ella me dijo que como yo no lo hacía, ella se había decidido.  Negué con la cabeza, y ese día pensé que el rompimiento era de verdad definitivo, no como los incontables que había habido.  Seis meses después, cuando comprendí que a pesar de todo no podía vivir sin ella, la busqué, y acepté que nos casáramos.

 -       Eugenio, estás hinchado.  ¿Te sientes bien?

 En los últimos meses había subido seis kilos, pero ella prefirió decir que estaba hinchado.  ¡Era el colmo!  Haría un esfuerzo y me animaría a ponerla en su lugar, no estaba dispuesto a seguir su absurdo juego, le diría que no quería volver a verla, que era una desalmada, pero ella se me adelantó:

-       Tengo algo muy serio que contarte.  Después de una pausa prosiguió.  Anoche, me costó conciliar el sueño; cuando por fin lo logré, sentí que me elevaba en vertical a una velocidad vertiginosa.  Llegaba a un lugar extraño, donde entre rocas estaba construida una ciudad.  Los habitantes eran verdes.

 En ese punto, sentí ganas de reír a carcajadas, pero tuve que contenerme, porque su reacción hubiera sido terrible.  Me contenté con sonreír, y ella al darse cuenta de que no creía una palabra, insistió:

 - Sí, te juro que eran verdes.  Eran unos seres verdes y pequeñitos, como un bebé de ocho meses.  Parecían contentos de que yo estuviera ahí y yo estaba feliz, sentía una paz que nunca antes había sentido.   Ellos me hablaron de conceptos muy profundos; compartieron conmigo conocimientos inimaginables y yo comprendía todo, era mágico.  Desafortunadamente no lo puedo repetir porque no me acuerdo, sólo sé que era muy importante.  Hubiera sido un sueño como cualquier otro, excepto que me desperté sentada en un banco del parque, con esta foto en la mano.  No sé qué hice durante el día y recordé nuestra cita de hoy.

 Me toma por un pendejo.  No hay duda.  Le diría lo que pensaba de ella y de su historia, y que si creía que podía tomarme el pelo de esa manera estaba muy equivocada.  Este insulto no se lo consentiría.  En ese momento puso en mi mano una fotografía: era un paisaje rocoso y dos horribles seres verdes sonriendo.

 Creí entender, pero en realidad no entendía nada.  ¿Sería un montaje?  A esas alturas si lo era  o no, me importaba un bledo.

 -       En qué año estamos? Le pregunté.

 En un tono muy alterado me contestó:

 -  Eugenio, Te estoy diciendo que he tenido una laguna mental, que obviamente me angustia, que tuve un sueño extrañísimo, que tengo una foto en mis manos relativa al sueño ¿y a ti sólo se te ocurre hacerme esa estúpida pregunta?  Bien, añadió ofendida.  Estamos en 1995.  ¿Satisfecho?

4

No, no estaba satisfecho.  Me parecía estar viviendo una pesadilla.  Iba a decirle que no, que estábamos en el año 2000, pero en vez de eso, le dije que me disculpara y fui al baño. Al levantarme, me dijo que era increíble que se me ocurriera ir al baño en ese momento. 

Me lavé la cara y respiré profundamente, un, dos, tres, exhalé, un, dos, tres, respiré, un, dos, tres, exhalé, un, dos, tres.  Salí a la calle y a cada paso que daba me repetía sin cesar:   Soy muy poca cosa para Margot…. Soy muy poca cosa para Margot.

 

Beatriz Zapata Medinilla

2005

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