Rosario, sus hombres y sus besos

Rosario, sus hombres y sus besos.

A Rosario siempre le gustaron los hombres y los besos. Todo comenzó cuando muy pequeñita, iba a jugar a casa de los vecinos. Félix era el de en medio y se metían en una covacha en el patio de su casa, lejos de las miradas curiosas, porque eran verdaderos y auténticos novios. Tenían cinco años y se besaban en la boca. Como grandes. Se pasaban largos ratos encerrados juntando sus bocas. No hablaban nunca, sólo juntaban sus bocas. Cuando iba a la primaria, pensaba que ella le gustaba a un niño porque cada que podía le jalaba las trenzas. Si yo no le gustara, no me jalaría el pelo, decía. El niño la miraba cuando estaban en clase, y a ella le gustaba cuando sentía su mirada, hasta aquel día en que de pronto su papá entró al salón a hablar con la maestra, y le hizo un guiño y ella, a saber por qué miró al niño, y entonces sintió que su papá sabía, se puso colorada, su cara roja como un jitomate. No supo nunca qué sucedió en ese intercambio de miradas, pero desde ese día el niño ya nunca le jaló las trenzas, y ya no la miraba. No le importó, pero descubrió que le gustaban morenos, muy morenos, como ese niño de su primer año de la primaria, y como a Félix, porque a esos dos les brillaban más los dientes y los ojos, decía.

Conoció a Andrés. Se lo presentó una amiga. Ella no estaba muy convencida, pero tenia muchas ganas de tener novio, y él era bien parecido ; las amigas ya tenían novio formal, y ella… nada ! Todas hablaban de los novios en términos de qué auto tenía, a qué familia pertenecían, pero a Rosario eso le importaba muy poco, lo malo es que se fue al extremo, y un poco a ciegas, se dejó llevar. Su mamá, como a Rosita Alvires se lo dijo muchas veces, y su papá, como que esos enredos no le interesaban, aunque era evidente que Andrés no les caía nada bien, a pesar de que era un embustero, y lograba que la gente le creyera sus mentiras.

Se casó, entonces, y desde siempre ella sabía que nunca podría ser feliz con él, pero las cosas se fueron dando de ese modo, y de pronto se vió con traje de novia en la iglesia, como si ese fuera su destino, y que lo tenía que aceptar. A ella le gustaba el teatro, y a él el cine, a ella le gustaban las películas románticas, o de aventuras, y a él de guerra y de animales, ella era elegante, y a él le importaba muy poco su apariencia, a ella le importaba un bledo lo que la gente pensara, y él era capaz de cualquier cosa por causar una buena impresión, en las reuniones, sobre todo de amigos de él, ella se aburría y él contaba chistes, y así, no había un sólo tema en el que tuvieran algo en común, y la vida se les fue echando encima. Una cosa que una mujer no puede aceptar es que el hombre no cumpla con su deber de proveedor, y en su caso, la proveedora era ella, y era tan ingenua, que hasta muchos años después se enteró que Andrés contaba a los amigos que ella trabajaba porque ella así lo deseaba, que prefería eso que quedarse a cuidar a sus hijos, cuando ella sufría por no poder estar con ellos. Él trabajaba en ventas, y cuando había invitados, llegaba a contar que había cerrado magníficos negocios, donde recibiría mucho dinero, y ella, se ponía muy contenta, y cuando el dinero no entraba a la casa y le preguntaba por ese negocio tan bueno, él le decía que se había cancelado, y ella seguía creyendo, porque cuando uno tiene muchas ganas de creer, lo consigue. Un día le dijo a su prima, que era su paño de lágrimas y su confidente, que él pronto cobraría lo de su magnífico negocio y que entonces podría comprar las cosas que urgían en su casa. Su prima le contestó: ¡Qué inocente eres! ¿No te has dado cuenta que habla de esos grandes negocios sólo cuando hay gente en tu casa? Era el hombre del embuste, y así fue siempre.

Con el paso de los años le llegó a tener aversión y ya no sabía por cuáles de tantos defectos que tenía el hombre. Lo detestaba. Sentía que le había robado un trozo de su juventud, de su vida. Era el desencanto, la decepción y el engaño y tomó la gran decisión. El camino para llegar a ese punto del divorcio fue indeciblemente doloroso.

Ella no habló o poco habló de lo sucedido… de la verdad

El sí lo hizo… con sus mentiras.

Y todo se fue contaminando, aún en la distancia.

Beatriz Zapata M.

2010

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